Opinión

España o la economía Ebbinghaus

Hay cosas cuya dimensión relativa se percibe alterada. Así sucede, fundamentalmente, en lo relativo al dolor y las emociones, donde los sentidos juegan malas pasadas. Pero también en aspectos tan objetivables como el de la apreciación del espacio, donde determinadas ilusiones contribuyen a construir percepciones alteradas de la realidad. Una de las más recurrentes es la conocida como Ilusión de Ebbinghaus, a la que ha dado nombre el psicólogo alemán Hermann Ebbinghaus (1850-1909), quien -a finales del siglo XIX- observó que un círculo parece mayor si, a modo de pétalos de margarita, se rodea de otros más pequeños. Y menor cuando esa pléyade se compone de círculos más grandes. El motivo es bien sencillo: percibimos la dimensión de un elemento en relación con el tamaño de los que lo rodean.

En este sentido, la prensa internacional refleja con excesiva crudeza comparada la realidad económica de España, cuyo desplome acumula calificativos tan severos como impensables hasta bien poco. Y no es para menos cuando nuestro mercado laboral presenta tasas de paro juvenil superiores a las de Lituania, Letonia y Estonia, y similares a las del Magreb. Cuando nuestra Administración paga a sus proveedores más tarde que la de Grecia. Cuando nuestras emisiones de deuda púbica merecen una calificación crediticia peor que las de Eslovaquia o Eslovenia. Cuando la morosidad de nuestro sector exterior se equipara a la de Marruecos. O Cuando acompañamos a Botswana en uno de esos múltiples rankings de libertad económica.

No obstante lo anterior, también existen motivos de orgullo cuando nos rodeamos de círculos grandes. Así, en el campo de las infraestructuras, siete de las diez principales compañías internacionales son españolas: poseen alguno de los mayores aeropuertos del mundo y desarrollan obras de ingeniería que causan envidia entre sus competidores. España es, además, líder mundial en kilómetros de alta velocidad por habitante y superficie. En el terreno de la energía, el nuestro es el tercer país del mundo en capacidad eólica instalada y el segundo en la esfera de la solar. Y en el de la salud, gozamos de uno de los cuatro sistemas sanitarios con mejor valoración internacional en aspectos tales como tecnología médica y gestión; sin duda del más generoso en lo que concierne a operaciones de trasplante y donación de órganos. Símbolos de todos de una modernidad cosechada a velocidad de vértigo que -en este caso sí- conviene reivindiquemos en su justa medida.

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