Opinión

EL MUNDO DEL FIN

En mayo de 1988 se supo que Ronald y Nancy Reagan consultaban con frecuencia a una astróloga llamada Joan Quigley, cuyos consejos -se intuye- pudieron influir en la agenda del todavía entonces inquilino de la Casa Blanca (1981-1989). A un año escaso de culminar su segundo mandato, Reagan regía de esta guisa los designios de la primera potencia económica, política y militar mundial. Esta excentricidad, como tantas que se atribuyen a los líderes norteamericanos, no representa un ejemplo aislado de recurso a la taumaturgia entre quien se presupone formado y con acceso preferente a fuentes fidedignas de información. Tampoco el más próximo. Según el informe policial a partir del cual se describen las presuntas andanzas financieras de las familias de Jordi Pujol y Artur Mas, también el primero habría recurrido (de manera obsesiva, se cuenta) a los servicios de una bruja de nombre Adelina; para más señas, gallega y residente en Andorra. Como también han hecho (me remito a las hemerotecas de los diarios más influyentes de nuestro país) políticos de todo credo y condición, algún lehendakari incluido, a los que hemos depositado nuestra confianza en urnas convertidas en bolas de cristal.


Supongo que toda ayuda es poca a la hora de adoptar decisiones impopulares, elaborar presupuestos sin presión fiscal ni deterioro de los servicios públicos o incluso afrontar, con acierto, la designación de cientos de cargos y miles de asesores. Y que a nuestros gobernantes, intérpretes y protagonistas del presente colectivo, también preocupa -como a cualquiera- el escrutinio anticipado de lo que depare el futuro, aún cuando su principal cometido tenga precisamente por objeto preservarlo y -si cabe- transformarlo en beneficio de todos.


Nada de eso parece suceder ante nuestros ojos, en un deterioro progresivo que nos mantiene sumidos en un desánimo especialmente proclive a interpretar profecías y augurios sin fundamento. Más que el Fin del Mundo, ha de preocuparnos el mundo del fin en el que parecemos instalados: del fin de la asistencia social; del fin de la educación y la sanidad públicas; del fin de la justicia gratuita o, sobre todo, del fin que justifica los medios, en el origen de la depresión. La Humanidad, tal como la conocemos, tienen fecha de caducidad, como la tiene todo cuanto nos rodea. Pero no será hoy cuando eso suceda, por mucho que finalice la cuenta larga de un calendario maya que, por cierto, era circular.

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