Opinión

UN PAÍS EN EL DIVÁN

La generación argentina que vino al mundo entre 1940 y 1950, con el añadido de los que nacieron un poco antes y los que lo hicieron un poco después, pasó a la historia por sus muertos y desaparecidos. Fue la generación que pobló las universidades de los años setenta. La que promovió las ideas de refundación y regeneración, tan recurrentes en la historia del país. Y la que, también entonces, alimentó desde la izquierda la denominada Tendencia Revolucionaria del peronismo; ese movimiento político de corte transversal que uno no acaba de comprender hasta que pisa suelo austral por tercera vez. Cuentan que el propio Perón, al poco de iniciar su tercer mandato presidencial, recién regresado del exilio (1973), expulsó a la Tendencia de la Plaza de Mayo. Y que cuando sus miembros le recordaron que les había prometido el futuro, éste les respondió: 'El futuro sí, pero no el presente'.


Aquel futuro devino finalmente presente cuando Néstor Kirchner, de ascendencia suiza, croata, española y alemana, y pasado revolucionario, llegó a la presidencia de la Nación en medio de deseos renovados de refundación y regeneración, el 25 de mayo de 2003. Fecha en la que tomó posesión del cargo con el objetivo de levantar el 'corralito' y de culminar la 'reprogramación de las obligaciones con los organismos financieros multilaterales'; eufemismo tras el que se esconde el canje de la deuda argentina acordado con el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo. Completaba su programa una medida de política económica hoy familiar para todos nosotros y, por mal ejecutada, controvertida: reactivar la obra pública para combatir el desempleo. El caso es que, bajo su mandato (2003-2007), Argentina creció a tasas siempre superiores al 8 por ciento anual. Lo que permitió relajar de manera sensible los umbrales de pobreza y malestar social, y superar buena parte de las secuelas del drama desatado en 2001.


A un gobierno de luces, sin duda recordado, le sucedió el más debatido de su esposa, todavía en vigor; una etapa de ambición desmedida, empañada por la sombra de la corrupción y el enriquecimiento presuntamente ilícito del matrimonio. Cristina Fernández, compañera durante 35 años, es ahora su viuda. Pero también una huérfana ideológica e intelectual al frente de un país en el diván, de nuevo ansioso de refundación y regeneración.

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