Opinión

LA PERCEPCIÓN EXTERIOR

Avanzado el mes de noviembre de 2011, tres días antes de que el gobierno irlandés capitulase ante la insistencia del FMI y del Eurogrupo, y de que hiciese frente a la petición formal de rescate, desde esta misma tribuna (http://www.laregion.es/opinion/9685/) interpreté la realidad económica española con la merecida distancia respecto a las especificidades de Grecia e Irlanda. A las que sumé las de Portugal; país que terminaría corriendo la misma suerte. Año y medio después entiendo todavía vigente el hilo argumental de entonces. Lo que no me impide reconocer que nuestro país reúne, aunque en dosis todavía contenidas, muchos de los ingredientes de los socios rescatados. Con el agravante de haberse situado en el centro de la diana del descrédito en un punto de máxima visibilidad internacional.


Así, mantengo que no ha sido el nuestro, en su esencia, un caso de falseamiento flagrante de la realidad contable de las finanzas públicas, como en efecto fue el griego. Ahora bien, atengámonos a las consecuencias de una desviación del déficit próxima al 50 por ciento como la que media entre el compromiso adquirido para 2011 (6 por ciento) y el dato resultante de la última revisión (8,91 por ciento). Porque suma incertidumbre a la desconfianza que desde hace tiempo despierta el posible resultado de tanto esfuerzo. Mantengo, asimismo, la discrepancia respecto a la pretendida analogía entre la condescendencia del sistema financiero español con el riesgo inmobiliario y las malas prácticas de los mayores referentes de la banca de Irlanda, donde la proporción entre la economía financiera y la economía real sigue siendo desproporcionada. Dicho esto, la solución será, a fin de cuentas, similar: una inyección de capital público a cuenta de penalizar el umbral de endeudamiento.


Por último, mantengo la divergencia entre los fundamentales de España y Portugal. La expansión española previa a la crisis dista sustancialmente del pasado portugués, cuya década de estancamiento asoma, no obstante, en nuestro horizonte más inmediato, cuando ya se descuenta, antes de que culmine 2012, el cuarto ejercicio perdido. Mantengo, en definitiva, hoy como entonces, que España no es Grecia. Como tampoco es Irlanda. Ni Portugal. Lo que ya no podría mantener es que sea precisamente un compendio de los males que asolan los países rescatados los que resuman la percepción exterior de España.

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