Opinión

Tragedia griega

En 1861, la crítica situación socioeconómica de México obligó a su Gobierno a suspender pagos internacionales. Lo que afectó al Reino Unido, Francia y España que, tras reunirse en la llamada Convención de Londres, acordaron realizar una intervención militar, en octubre del mismo año. Idéntica fue la respuesta que en 1902 obtuvo Venezuela ante un nuevo episodio de insolvencia exterior, al sufrir en su propio territorio una acción concertada de las armadas alemana, británica e italiana. Más tarde, también en el Caribe, Estados Unidos tomaría medidas por motivos similares.

Los reclamos contra naciones deudoras mediante el uso de la fuerza se convirtieron en una práctica internacionalmente aceptada a lo largo del siglo XIX y parte del XX. Afortunadamente, hoy existen procedimientos más civilizados que conducen de un modo ordenado a suspender pagos y controlar sus consecuencias. O, simplemente, a tratar de evitarlas.

En este sentido, el plan desesperado del Gobierno griego contempla un alza impositiva, congelar las pensiones y practicar fuertes recortes salariales en el sector público. Medidas todas drásticas, aplaudidas por los mercados financieros, pero todavía insuficientes a ojos de dos parlamentarios alemanes: Frank Schäffler (liberal) y Josef Schlarmann (cristianodemócrata) han sugerido al ejecutivo heleno desprenderse de empresas públicas, enajenar terrenos y -sin duda lo más sorprendente y, quizá, cómico de la tragedia griega- vender islas deshabitadas.

Esparcidas por los mares Egeo y Jónico existen varios miles de islotes y pequeñas islas que constituyen, en su conjunto, un hermoso mosaico de aguas cristalinas y azules casi infinitos que perduran en la memoria de quien haya tenido la ocasión de conocerlas. Sólo 227 están habitadas. Lo que da idea del nicho de mercado que ha descubierto una parte del Bundestag, donde se comienza a interpretar Europa como un permanente consenso de mínimos en el que siempre paga Alemania.

Cobra ahora sentido el islote Perejil…

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