Opinión

Amor eterno

Te conocí cuando solo teníamos ambos ocho años, ¿te acuerdas?; jugábamos en el jardín de la parte trasera de las casas de nuestros padres. A mí me gustaba estar contigo todo el día, aunque mis amigas no entendían por qué te prefería a ti antes que a ellas. Yo les decía: Alexander es el hombre con el que me casaré cuando sea mayor. Y ellas se reían de mí, y me tomaban por loca. Pero a mí me bastaba con el roce de nuestras manos cuando jugábamos en la arena. Al sentir el roce de tu piel nos mirábamos al instante, ¿te acuerdas? Y sonreíamos, aunque la vergüenza nos hacía apartar la mirada enseguida. Eras ya por entonces, te lo digo ahora de nuevo, el único hombre de mi vida.

¡Qué jóvenes nos casamos! En cuanto cumplimos los veinte años decidimos que ya era hora de unirnos para siempre. ¡Oh, ya, ya sé lo qué piensas! ¡Ya estábamos unidos! Pero, ¡mi amor!, era 1940 y yo me moría por abrazar al fin tu cuerpo desnudo. Nos costó muchísimo convencer a mis padres - vas a arruinar tu vida, me decían -, pero debieron de temer algo grave si me lo impedían, y al final accedieron. ¡Ay, esposo mío!, las noches que siguieron a la boda me transportaste tan lejos que aún hoy se me eriza el vello recordando cómo me acariciabas al tiempo en que me decías “tranquila, no pasa nada”; cómo me besabas, cómo me estrechabas entre tus brazos fornidos, y cómo me hacías el amor llevándome a la locura. Y yo, apoyada la cabeza en tu pecho, pensaba que era imposible que hubiese ningún hombre como tú. Y daba una y otra vez gracias al cielo por haberte encontrado a los ocho años.

Comprendo que la gente no entienda amores como el nuestro. Los dos sabemos que raros son los matrimonios que se quieren hasta el final. ¡Y sin embargo me parece tan natural! Seguro que aún te acuerdas de las parejas que conocimos a largo de todos estos años, y que se rompieron por el camino. Ya, si, ya sé que hoy en día es bueno que se puedan separar si realmente se hacen daño estando juntos. No soy tan antigua como para no pensar así. Pero es que... mi vida... lo que para ellos se convirtió en un suplicio, para mí, ¿y para ti querido?, era la razón de vivir. Tú llenaste la vida de esta anciana que ahora se muere por seguir a tu lado para siempre.

Pasamos malos momentos, ya lo sé; la falta de dinero y las estrecheces fueron apareciendo al mismo tiempo que nuestros hijos; pero estos nos dieron muchas más alegrías y creo que, al menos en parte, les supimos inculcar la grandeza del amor y la comprensión mutua. ¡Qué buen padre has sido, además! ¡Cómo te volcaste con ellos, y qué orgullosa me sentía al ver a sus hijos adorar de ese modo a su padre! Qué me vais a contar, les podía decir, si te conozco desde los ocho años... Sé que ahora me entiendes y que piensas que soy una exagerada. Pero calla, no hables, no gastes tus fuerzas, me basta con seguir disfrutando de esa mirada. Los médicos me dicen que no estás sufriendo, pero solo yo sé la verdad: sé que te mueres por abrazare, besarme, por estrecharme entre tus brazos como hiciste la primera vez. Amor, no te aflijas, esos ojos azules clavados en los míos me lo dicen todo, y son como diez mil abrazos.

No quiero que te vayas, ¿qué voy a hacer sin ti? Te he amado durante ochenta y siete años, y esta vieja no sabe hacer otra cosa más. No, amor mío, no te vayas; pero si lo haces deja que me vaya contigo. Calla, tonto, no hables... me basta con tu mirada... dame la mano... ¿ves cómo se me eriza el vello como cuando teníamos ocho años? Mi amor...

Jeanette y Alexander, una pareja de ancianos de California. Se conocieron a los ocho años, se casaron a los veinte, y después de 75 años de casados, fallecieron con pocas horas de diferencia, uno en el brazo del otro, declarándose su amor hasta el final.

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