Opinión

ANDA, POLÍTICO, Y NO PEQUES MÁS

Hay en este país un aparente paralelismo, que no deja de tener su punto cínico, entre el acto de confesión de quien profesa la religión católica y determinados comportamientos de algunos políticos cuando caen en algún desliz, que al principio tratan de disfrazar de falta venial, pero que a los ojos de quien les han otorgado su mandato devienen pecados mortales de necesidad. El creyente acude al confesionario teniendo claros los pasos que ha de seguir para lograr la purga total de sus culpas: a) examen de conciencia, que no es sino recordar aquellos pecados cometidos desde la última penitencia y que mancillan su alma; b) dolor de los pecados, el arrepentimiento íntimo ante el dios superior, y la súplica de su perdón; c) propósito de enmienda, o el compromiso más o menos sincero de no incurrir más en esos actos que atentan contra sus máximas religiosas; d) decir los pecados al confesor, al mediador, al que ostenta la potestad en la tierra del perdón divino, tras aquel ejercicio de sinceridad; e) y por último cumplir con la penitencia, con el castigo reparador, como también el cilicio reparaba y purificaba el alma a cada brote de sangre que manaba de las carnes desgarradas. Y cumplidos estos cinco pasos, reconfortado el espíritu y absuelto de culpa, ya camina libre de la losa que alteraba su sueño y de los remordimientos que perturbaban su conciencia. Anda, y no peques más.


Los políticos, descubierto el pecado que lastra (aún más) su credibilidad y enoja al pueblo que dicen servir, hacen ímprobos esfuerzos por alcanzar esa suerte de absolución, para al fin escuchar de nosotros también la frase mágica: 'Anda, sigue ejerciendo tu poder y no peques más'. Pero para ello escogen la vía rápida. ¿Para qué seguir los pasos del confeso y arrepentido? De entrada no hay examen de conciencia, sino el descubrimiento por otros de las fechorías que tratan de ocultar, pues sin esa denuncia traidora o sin la labor del periodista metomentodo nunca habrían reconocido espontáneamente sus bajezas. ¿Propósito de enmienda? No, siempre actúan pensando en el bien común, ¿a qué variar su comportamiento? De eso nada, bastará con decir que se actuó de buena fe, porque la ausencia de dolo exime de pecado. Y además, ¿a qué viene eso de pedir perdón? Solo suplica perdón quien peca, y nosotros no hemos pecado. Pero ahora los súbditos desagradecidos no se conforman, el caso no se cierra, sigue coleando la afrenta, y observan incómodos que la gente ya no se traga esas explicaciones traídas del modelo oficial. Quiere más. Y entonces el político, sin el previo sometimiento al juicio de su conciencia ni el posterior arrepentimiento íntimo ? ambos evitados para ahuyentar olvidados escrúpulos -, sale a la palestra a regañadientes para pedir públicamente perdón. Un perdón que puede sonar cínico, insincero, farisaico, pero perdón al fin y al cabo. El político se vuelve feligrés y busca la alianza de la ancestral costumbre patria de la clemencia. Y esperan de nosotros, convertidos en confesores sin sotana, la absolución: 'Anda, político indecente, vete a gobernar y no nos avergüences más'.


Es curioso cómo en un país oficialmente laico, la súplica pública de perdón busca purificar comportamientos políticos indecentes. Un perdón adulterado, simulado, huérfano de propósito de enmienda, si ustedes quieren, pero un perdón amplificado con comparecencias públicas y gesto grave y contrito.


Se podría decir que la paciencia que imploran por los castigos que nos están infligiendo a diario, esconde debajo una solicitud de perdón indefinido, sin fecha de caducidad y libre de penitencia: 'Anda ciudadano, perdónanos, pero no nos critiques más'.

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