Opinión

BORRASCAS

Llueve. A chuzos. Inmisericordemente. No para de llover. Me pongo delante del ordenador a escribir estas líneas, aun sin una clara idea preconcebida que desarrollar; quizás sobre las infieles declaraciones de la infanta, como si su única culpa, al parecer, fuese haberle querido demasiado, haberse quedado tan prendada que nunca se hizo tan Real el cuento de hadas de la princesa encantada. Y quiero empezar a escribir sobre ello, pero me distraen los golpes incesantes contra el cristal de las gotas que se estrellan azuzadas por el viento racheado. Busco entonces en ese cielo uniforme algún claro azul que rompa la monotonía de ese maldito y perfecto gris, o algún contraste en ese color que anuncie una catarsis tras la que debería aparecer al fin el sol. Pero es inútil. Todo es perfectamente gris. Y llueve, y lloverá, y seguirá lloviendo todo el día y al día siguiente Y ya casi me olvido de qué narices les iba a escribir, porque el cuerpo se me pone de mala leche. Es como si se anegara también la inteligencia (algo habrá), se cortocircuitasen las neuronas y se me pusiera la mente en blanco. En un blanco húmedo tirando a gris. Y entonces, sin querer, escribo como primera palabra de este artículo, en letras mayúsculas, que llueve. Y lo seguirá haciendo, dicen, durante muchos días más. Terra da chispa e terra da choiva.


Es la voraz Estefanía la que ahora nos humedece, nos empapa en el sentido menos lujurioso de la palabra; ya antes lo había hecho la impetuosa Ruth, y compiten ambas entre sí por demostrar quién levanta mayores pasiones en los mares, en los ríos, en los abrigos pesqueros y en los paseos marítimos o fluviales. Es lo que tienen estas ciclogénesis sucesivas; ¡vaya!, observo en mi pantalla que el corrector ortográfico de Word (que no es infalible) subraya en rojo esta palabreja, ciclogénesis. Efectivamente, compruebo que no está recogida como entrada en el diccionario de la RAE. No me extraña, pues ahora hay una puñetera manía de complicarlo todo, de poner nombre científico a todo. ¿Qué ciclogénesis ni qué gaitas? Esto es lo que siempre hemos llamado por aquí una borrasca de manda carallo na Habana, que diría mi amigo Milincho. Y borrasca también es nombre de género (que no sexo) femenino. Como Tormenta. Ahora le toca demostrar su poder a Estefanía, que descargará toda su furia hasta la mitad de la semana en la acabamos de entrar. Y después de ella, quién sabe, a lo mejor viene otra gran borrasca ventosa. Y quizás la bauticen como Cristina. Tendría guasa la coña, no me digan. Bien pensado, voto por que así sea. Que nos inunde Cristina, en honor a la infanta real; que ésta sea su regia madrina, y descargue sobre nosotros toda su ira por haber siso unos malnacidos, por haber sido traidores a la patria, y por haber ejercido tanta presión que ni siquiera su papá pudo evitar el amargo trance de verse sentada delante de la justicia ordinaria (de la divina emanaba siglos atrás el poder Real); Y todo para nada; tan solo para alimentar el morbo del pueblo inculto, para reconocer a las claras que su único delito fue profesar en su día un amor que ella creía eterno y sin tapujos. Más o menos utilizando los mismos argumentos que la tonadillera despechada, utilizada por el paleto alcalde, subyugado por el glamour zafio de la prensa rosa. Pero, evidentemente, con mucha menos clase, dónde va a parar.


Amores que no matan, pero que se convierten en problemas de Estado, aunque no aparezcan regulados en la sacrosanta Constitución.


Si, al final, con tanta lluvia, se me ha ido el santo al cielo. Y poco hemos hablado del amor de Cristina, que ha entrado como una romántica borrasca en el corazón de todos los españoles. Aunque, ya se sabe, nunca llueve a gusto de todos.

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