Opinión

COMPARECENCIA

Entre bambalinas le dan los retoques en el departamento de maquillaje. Después lo someten a pruebas de imagen para que no resalten brillos en el rostro, y para que los tonos del traje combinados con los de la camisa y corbata no le den una apariencia de distanciamiento de la sociedad, de desconocimiento de los problemas reales que angustian a sus súbditos. Su asesor no se separa de su lado, y le da los últimos consejos sobre gestos y reacciones en directo. Repasa con él las respuestas; las que, con muchas palabras, dicen poco o nada, pero suenan rimbombantes en los titulares de la prensa afín. 'Cinco minutos y entramos, señor presidente', suena del otro lado del despacho en el que se encuentra reunido con su equipo asesor de comunicación, el mismo que ideó la campaña electoral que lo llevó a la presidencia, plagada de un sinfín de promesas populistas ahora arrinconadas en el altillo de las bagatelas. El presidente memoriza el argumentario cual tema de oposición para no verse obligado ante las cámaras a leer de carrerilla las notas con las que saldrá a dar la cara. ¿Lo tiene claro, presi?', le pregunta su íntimo. 'Sí, sí, creo que sí', contesta. 'Perfecto, de lo que se trata es de transmitir una imagen de seriedad, gravedad y alto sentido de la responsabilidad. No se deje amilanar por preguntas incómodas. No se desvíe de estas dos ideas que hemos repasado mil veces. Ya sabe: primero, estamos en el buen camino; y segundo, los sacrificios, aunque dolorosos, al final darán sus frutos. Cuando diga esto último mire fijamente a la cámara y haga después un pausa. Eso impresiona y es muy convincente. Y sobre todo, no se meta en berenjenales ni caiga en trabalenguas. Eso lo lleva a titubeos y sinsentidos, y ya ve lo que le pasó a la secretaria general hace poco'.


'¡Dos minutos, señor presidente! ¡A escena!'. Al oír esto sale del camerino con paso firme; se ajusta correctamente el nudo de la corbata y se atusa la barba recién recortada. Se da cuenta de que tiene la boca algo seca y pastosa, así que bebe un trago de agua para no caer en el seseo en mitad de la comparecencia. Justo antes de salir al plató nota una pequeña palmadita de ánimo en la espalda. ¡Vamos, señor presidente, que se los va a comer con patatas!


Los focos se encienden, él se pone de pie delante del atril en el que coloca el papel con las notas manuscritas bien ordenadas en dos bloques subtitulados: A) Camino correcto. B) Los ajustes de hoy igual a riqueza de mañana. 'En diez segundos entramos', escucha. Alza la vista y mira fijamente al frente. Ahí está el enemigo a batir. Su cabeza es cuadrada, altiva; sus hombros cuadrados, en posición de firmes. Su gesto impertérrito, dispuesto a grabar en sus bytes las palabras que él va a pronunciar. A primera vista hace un cálculo de las dimensiones de su adversario: 52 pulgadas, quizás algo más. Bueno, podía ser peor, piensa. Se enciende el piloto verde. Es la señal. Empieza a hablar: 'Españoles, hoy comparezco ante todos ustedes para trasladarles un mensaje de tranquilidad y de optimismo...'. Sin embargo algo interrumpe su discurso. La pantalla de plasma colocada sobre un trípode, semejando un robot, se ha dado la vuelta y se aleja del escenario. Saltan chispas de los cables a ella conectados. '¿Qué ocurre ahora', pregunta. Se le acerca un operario de realización algo azorado: Señor presidente, lo siento, hubo un problema de seguridad. Hemos detectado un programa pirata que pretendía incluir preguntas trampa en la señal de audio de la pantalla de plasma. Por fortuna hemos llegado a tiempo y hemos ordenado su retirada. Ya puede continuar.


El operario se retira. El orador, perdido el hilo, ojea las notas. Pero es inútil: 'Me van a perdonar, pero no entiendo mi propia letra'. Fin de la comparecencia.

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