Opinión

Es el derecho, estúpido

Es la economía, estúpido» fue una célebre frase de James Carville, asesor del demócrata Bill Clinton en la campaña que en las elecciones de 1992 presidenciales lo llevó a sentarse en el despacho oval de la Casa Blanca, tras vencer contra todo pronóstico a su contrincante republicano, George Bush, padre, que alardeó en campaña de sus éxitos en política exterior (fin de la guerra fría, Guerra del Golfo…) despreciando en cambio el debate sobre los problemas cotidianos de los norteamericanos. Clinton, centrándose en estos últimos, tocó la vena sensible de sus compatriotas y se alzó con la victoria. Con el paso del tiempo esa frase se usaría en campos diferentes al de la economía para intentar centrar el debate en los aspectos esenciales, en lugar de perderse en lo vano, en lo circunstancial, o en lo que escapa al conocimiento de cada uno. Es la economía, sí, pero también la Física, la Historia, la Medicina y, cómo no, el Derecho. Sí, es el Derecho, estúpido. Nada más que Derecho.

Salgo así al paso de la polémica suscitada por el ingreso en prisión de un joven para cumplir una pena de cinco años que le fue impuesta por sentencia de la Audiencia Nacional en abril de 2014 (ratificada íntegramente por el Supremo en diciembre de ese mismo año), por el delito de tenencia y falsificación de tarjetas de crédito (4 años), en concurrencia con un delito de estafa (un año). Hete aquí que con una ligereza y falta de rigor que me pasma, ediciones digitales de periódicos que se suponen serios, con un tufillo sensacionalista que emana siempre de las desgracias ajenas, se apremiaron a lanzar críticas e invectivas contra ese ingreso en prisión. Leo, por ejemplo, en uno de esos diarios: «Un joven ingresa en prisión para cumplir cinco años por robar 79 euros con una tarjeta falsa»; y en su contenido destaca que la ínfima cantidad defraudada lo fue para pagar unos batidos de chocolate, desconociendo el chaval, según dice, que la tarjeta de crédito estaba falsificada (ni que decir tiene que esa versión resultó inverosímil para los jueces). También las redes sociales se llenaron al instante de máximas, dogmas irrefutables dichos por profetas rasgándose las vestiduras, y por «expertos juristas» convertidos en tal tras recibir un curso acelerado de Teoría del Derecho Penal de una hora de duración, impartido una mañana por la rigurosa Tele5. ¡Qué vergüenza de jueces! ¡Tantos corruptos con millones en Suiza pululando libres, y este pobre crío al trullo por unos míseros 79 euros para comprar un batido! ¡En este país no hay justicia! Y lindezas semejantes. Va calando entonces entre muchos la idea de que un pardillo fue engañado por un amigo (el espabilado de la pandilla) para que entrase en un súper a comprar unos refrescos, y los pagase con una tarjeta que resultó estar clonada, sin que el chaval conociese qué cosa era una tarjeta de crédito. Y muchos lo creen a pie juntillas.

Es el Derecho, estúpido. Puedo entender, hasta cierto punto, que el tuitero busque el efectismo inmediato en 140 caracteres, y se erija justiciero en defensa del pobre diablo; pero lo que me asombra es la banalización de esos periódicos que han creado ante todos a un mártir. Y mira que lo tenían fácil: bastaba con leer la rigurosa sentencia de la Audiencia Nacional (yo lo hice), confirmada íntegramente por el Supremo, para saber que no estamos ante el penoso caso del pobre que roba una gallina para comer, sino que se condena a ocho personas (banda organizada) por los delitos de falsificación de tarjetas de crédito, de su tenencia ilícita con fines de tráfico, de falsificación de documento oficial, y por delito de estafa. De eso al robo de una gallina va un trecho. Y años de prisión. Pero claro, es un coñazo leerse las sentencias, a pesar de que, como saben y diría el otro, solo es Derecho, estúpido.

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