Opinión

EL DESORDEN ES ANTIDEMOCRÁTICO, DICEN

Aestas alturas creo que a pocos le puede extrañar que muchísimas personas, colectivos de muy diversa índole, grupos que nada tienen que ver entre sí, salvo la propia indignación colectiva, hayan salido a la calle para alzar su voz de protesta, hayan ocupado plazas, se hayan manifestado o concentrado delante de sus centros de trabajo, o hayan irrumpido en instituciones en las que, precisamente, se asientan y perpetúan los que deben decidir sobre su futuro. Un futuro que ya hace tiempo perdió su valor y perspectiva; un futuro que se ha quedado en mera palabra hueca, muerta, sin que sirva ya como referencia temporal para guiar en el presente los esfuerzos de familias enteras, que ahora se afanan como pueden en la pura supervivencia momentánea, sin más anhelo que evitar la pobreza más inmediata, la que ya están sufriendo, aunque muchas fracasen en el intento. El que padece hambre y no tiene nada que llevarse a la boca, llora y protesta; el que pierde su trabajo y el sustento de su familia, llora y protesta. El que se ve estafado por calculadas operaciones financieras imposibles de entender, llora y protesta; el que se ve despreciado y humillado, el que observa cómo los baldazos orquestados desde el poder siempre caen sobre las cabezas de los que menos culpa tienen del desastre, llora y protesta. Al dolor impartido indiscriminadamente le sigue el llanto y la protesta. Va de suyo.


Algunos dicen que estas formas no son las correctas, que el camino de la protesta es el equivocado, y que no hay nada más injusto y corrosivo para una sociedad que el desorden. Son éstos los guardadores del orden, los pregoneros de la obediencia debida, los justificadores de las injusticias sociales. Para ellos la democracia se nutre de orden, disciplina y sumisión. Todo está ordenado, planificado, sin margen para la discordia. No es democrático protestar contra el 'ordenado' plan para privatizar la sanidad pública, pese a que detrás de ello se esconda un urdido pelotazo sanitario (ahora que el urbanístico ya dio tolo lo que tenía que dar) para beneficiar a los acólitos de siempre. Y si no que se lo pregunten a los que de verdad están detrás de la empresa 'Capio', si es que se atreven a dar la cara. ¡Qué desordenados e irrespetuosos los de la bata blanca, que incordian con sus pesadas reivindicaciones de una sanidad pública. ¡Qué antipatriotas! También es poco democrático que los clientes estafados por los directivos de las cajas vociferen a los diputados porque ahora se les 'quita' un 40% de sus depósitos, y el resto se lo canjean por acciones que no valen un chavo. Es mejor que agachen la cabeza, acepten la desgracia y den por perdidos sus ahorros. Es más, ¿cómo decirlo?, democrático. Y si hemos de validar la estafa encubierta detrás de la nacionalización de las cajas y su posterior venta a manos privadas, todo sea por el bien de la sacrosanta democracia nominal. Y a la mierda con esos irreverentes y paletos paisanos de pueblo. ¡Qué pesados!


Dolor, es cierto, dolor infligido desde el poder, bajo el parapeto de una solidaridad colectiva que no es tal. El sufrimiento que lacera la carne y el espíritu debe ser callado, sordo, pues el grito del malherido perturba, incomoda, es irreverente y provoca altercados violentos. Es, ya lo saben, el grito antidemocrático. Todo movimiento social de protesta es susceptible de considerarse sospechoso y corrosivo. Antisistema. La resignación se ha erigido en el valor supremo, en el emblema y santo y seña del patriota. El silencio es el mejor aliado del orden. No importa que el dolor impartido desde arriba sea la yesca que aviva la indignación popular. Todo lo que no sea resignación y servilismo se ha convertido en cáustico y dañino para la democracia. Al menos para algunos.

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