Opinión

El día después

A simple vista parece que el título de este artículo quisiera aludir a lo que subsistiría tras la llegada del gran cataclismo, justo al día siguiente de sufrir el azote, la furia de los dioses sobre esta tierra de malditos; ese día en que, de entre los escombros y cráteres aún humeantes abiertos en la tierra y en el asfalto ardiente, solo asomarían pequeñas cabezas de ratas, de roedores tan acostumbrados a vivir en las cloacas y entre carroña, que se habrían hecho inmunes a todo ataque o epidemia, a toda contaminación del agua que bebemos y del aire que respiramos, poblado ahora de nubes de insectos voraces portadores de plagas morales, convertidos en asesinos invencibles, en engendros descatalogados con instinto depredador a causa del gran desastre nuclear. Esta aciaga fecha tuvo sus días previos, sus instantes premonitorios durante los que recibimos señales que, estúpidos, no quisimos ver, y que auguraban el desastre, la gran desgracia colectiva: muere uno de los grandes banqueros del mundo, una de los pocos escogidos para manejar los hilos del gran teatro de marionetas, y no supimos interpretar tan clarividente mensaje; renuncia la mejor alcaldesa de España a seguir con su reinado esplendoroso en la villa regia, perdemos a uno de los mejores embajadores, de los más prestigiosos vendedores de la marca “España”, y aquí parece que nadie reacciona, pese a que eso solo puede significar la venida del bolchevismo y del caos; unos harapientos encabezados por un humanoide de cara risueña y coleta juvenil logran manipular las encuestas sobre intención de voto, que les señalan como alternativa real al sistema imperante, y nos quedamos impasibles en lugar de enviarles el ejército para detener ese sibilino golpe de Estado en ciernes, ideado con la inestimable colaboración de grupos terroristas internacionales. ¡Oh, dioses, perdonad nuestra estulticia y soberbia! ¡Clemencia, sabed que a partir de ahora haremos caso a vuestra señales, interpretaremos el oráculo que nuestros necios oíos no quisieron escuchar! Pero ahora, ¡ahora liberadnos del apocalipsis y del fuego eterno! ¡Perdón, deidades del universo, os rogamos perdón!

Por fortuna, todo ha sido un mal sueño, una pesadilla de la que al final nos hemos recuperado. La preeminencia del actual establishment está garantizada; tan solo hay que retocar algunas piezas del aparato institucional para acomodar el rodillo a la novedosa situación de la patria. Ya saben a qué me refiero: Cataluña ha dejado de ser España por escaso margen de votos; se ha producido una desbandada de unionistas, y la Cruz Roja, para atenderlos, ha desplegado entre Hispania y Catalonia un extenso campamento de refugiados con alimentos y servicios médicos de primeros auxilios; los Mossos d'Esquadra y la Legión se retan a darse de leches desde ambos lados de la frontera; resurgen los románticos estraperlistas, que trapichean por los rocosos pasos pirenaicos entre Jaca y Baqueira, que hasta han logrado fijar una justa paridad entre el euro y el puyolcito (nombre de la moneda del país vecino); El Nou Camp ha sido demolido por inoperante, pues cerca de 80.000 socios del “club que es más que un club” han emigrado a Valencia para poder ver partidos como Dios manda, que dice el presi, pues eso de jugarse el título liguero contra el Terrassa no le interesa ni al Tato. Y hoy se reúne el Consejo Europeo para decidir la fecha de ingreso de Catalonia en la UE; pese a al denodado esfuerzo de Mas por convencer a su homónimo escocés de que apoye tal moción, todo hace sospechar que ello no será sino a partir del año 2020. Tras esta noticia, la deuda pública catalana es calificada como bono basura, estalla la guerra civil, y Caixabanc quiebra.

Por lo demás, nada nuevo en la viña del señor.

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