Opinión

Fragmentos de eternidad en Oficio y Arte de Manuel Vidal

Tras largo tiempo de observación, y constancia, en pos de esa luz que con anhelo se busca para el decir singular, hay un momento de visión clara para andar el camino. Ahí se manifiesta la pisada propia que es el estilo. Así lo he visto en M. Vidal (Manuel Vidal González, 1946), desde sus salidas al campo con trípode, tela y útiles para pintar, entregándose a las sensaciones de la naturaleza. Tras el plein air, cose en el estudio con la fotografía la dirección de la experiencia sensorial, manteniendo la fidelidad de la imagen con la memoria, transformando aquel sentimiento de plenitud en el oficio del taller. Su habilidad en el dibujo y la precisión que ha ido desarrollando en la elección de perspectivas, ha sido un salto temático que completa con temáticas rurales en las que la minuciosidad se hace norma, y el cultivo del detalle revela la emoción en el logro.

Manolo pinta singulares construcciones animales y bodegones de mimosas, gustando del entorno de ríos, de la treixadura y mencía, con énfasis nas Rías Baixas que abren gamas cálidas en su paleta.

Desde lo concreto de su mundo de relación, su mensaje desde la apariencia visual es espiritual. Sé de su lucha para expresar el pálpito del agua en un arroyo, y la significada intención expresiva en un roble, aquella tarde de sol que lo hacía único y trascendente. La menuda vegetación del “prado de verduras de flores esmaltado, plantadas por la mano del Amado” reluce al atardecer. Este es su camino en que pone en ejercicio su ser todo. Conocimiento y acción ética que abre el horizonte a una trascendencia desde su marco  personal, que el propio hombre es camino, como escribiera María Zambrano. Abierto a colectivas benéficas solidarias, sabe expresar asimismo la dureza del trabajo con una percepción humanista desde el corazón. La presencia de la locomotora 2-4-0 que pinta es guiño biográfico propio, de su barrio, y profesión paterna, con infancia en Vic (Barcelona) y formación en Maristas, donde descubrió sus condiciones para el dibujo, aprendiendo allí el camino del intelecto y la fe, a la par que rigor en el método. 

El arte del artista es calma encarnada también en sus composiciones de tesis, con figuras, y en la experiencia del Camino a Compostela, que Vidal nació en Boente, A Coruña, al borde do Camiño par excellence, aunque el protagonista de ellas es el camino, paisaje humanizado transformante, iter físico y espiritual, en el que se representa inmerso, y asimismo en su estudio, espacio y actividad profesional que comparte con María, su esposa. Esta es su “soledad sonora” desde donde sale su “música callada”. Pintura despojada de la retórica de la verosimilitud como fin en sí mismo, en la que se suelen detener las miradas comparativas. Son obras de paciente arquitectura tranquila para un aprendizaje de la serenidad en las que manifiesta su ser, expresado en el percibir inteligente del corazón, mostrándolas en calidad de testigo, desde la intuición y confianza, con meditación y reflexión, cultivando el silencio y la sencillez y eligiendo su decir, para trasladar ante nuestros ojos el oficio y disciplina del pincel. Pues Manolo sabe, como Gaudí, que el arte es amor y técnica.

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