Opinión

Vidal-Alexandro-Lamazares

Xosé Manuel Vidal Souto es un pintor autodidacta figurativo, desde la crítica social a los temas de tradicio­nes y mitos, con un colorismo de gran densidad matérica hacia las causas marginales, a los que añade temas de la infancia: dos puntos de vista opuestos, como el movimiento del péndulo, en uno de pintor reflexi­vo, pausado, en el otro que prefiere la fuerza y la acción.


Mas siempre vital y colorista, que exalta la vida, con ironía desmitificadora desde sus lienzos de progenie surrealista. Desde las pinturas murales de la prisión de Calvelle (Pereiro de Aguiar), se asocia en empresas plásticas con Alexandro (en ésta con ‘Quessada que estas en los cielos’ a los mandos). Poco dado a presencias públicas, el día de la inauguración hizo mutis tras la implosiva tormenta perfecta introductoria del vate Luís G. Tosar a su verso ‘Concepción y nacimiento gozoso de Alemamavi’:‘cuerpo de ángel verde con tres almas,/para ser pura luz desnuda delante de nosotros/llenándonos de colores y de enigmas,/para perderse en el laberinto de los mitos’. Nervioso y emocionado, el artista de la rima oscura (Abreu mar en Auria un suco fondo, comienza...) quiso alumbrar el nacimiento de un nuevo ser, mítico y monstruoso a la vez con tres cabezas, o tricípites: que si bien se llama Alexandroantónvidal es para nosotros y también para el va­te Vidalalexandolamazares. Con el coincidimos cuando precisa que Alemamavi ‘completa parte de su aspecto y naturaleza con el ímpetu salvaje de Antón Lamazares, entrando en Ourense para comerse el mundo, y con el ritmo de Alexandro bailando encima de una mesa, en Muxía’. Lo que debe reafirmase ante la insistencia ad absurdum de la ourensanidad del lalinense-berlinés Lamazares. La pintura de Vidalfugit destaca entre los tres con personalidad propia, aparente, vorágine compositiva que es emanación del

pintar/vivir como explica Manolo Figueiras, que sostiene que la mancha-color y la línea-composición son sus usuales modos, demostración de lo sensual/espiritual. La pintura de Lamazares es sutileza para Gonçalves -crítico de Porto al que conoció en Alemania-, tiempo pasado que describe con simplicidad en veladuras sobre el cartón. Su hermético decir nihilista, ya conocido pues su obra ocupó con munificencia las paredes del espacio del centro cultural, lo hace ahora móvil con los biombos. Alexandro trae de nuevo su asombro por la gente de la costa (aquí estuvo su monográfica ‘Comarea’), en grandes cabezas de acumulativas y gestuales pinceladas que puso de moda Miquel Barceló con la arena de Mali. Presiente que está cerca del ‘cuadro ante el que se callarán los pájaros’, pues es dueño de un decir plástico de artista maduro, como asimismo percibe Jaime Noguerol, con el que compartió días de vino y rosas por Madrid o Dublín. Los ha reunido el curador factótum de la muestra Miguel Santalices.



Criatura tóxica


Musa en tiempos fue Tareixa Taboada de Alexandro, introductora de su exposición en el catálogo de la muestra grande (‘Uróboros’, la titula, serpiente que se muerde la cola: cíclico de lo capicúa o eterno retorno, pues el fin se enlaza con el principio, y siempre con el mismo principio, aunque llega como tragedia y retorna convertido en farsa). En la sala, o galería en que trabaja, Visol, presenta fotomontaje y fotografía, también proyección e instalación para-teatral, con escultura y pintura, elenco-muestrario de un sentir que pugna por expresar buscando un camino entre la niebla y las confusas sombras que la circundan. Si lo halla, la saludaremos

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