Opinión

Del gañote al escote

Hay un dato más fiable que cualquier estadística para evaluar cómo andamos de parné. Cuando la economía todavía jugaba en la Champions, o eso nos quisieron hacer creer sin que lo pusiésemos en duda porque ya le teníamos echado el ojo al chalé con todoterreno adosado al préstamo, un colega de oficio se pasó dos semanas elaborando un suculento reportaje. El trabajo consistía en comer de gañote durante quince días en los variopintos eventos y presentaciones que aparecían en la agenda sin abrir su nevera.

El tipo no sólo ganó peso, sino que acabó acumulando toda clase de cachivaches caros pero inservibles, además de verse en la obligación de declararse abstemio frente a la costumbre social y profesional para poder rascar bola después de la panzada.

Hoy pasaría hambre y sed. Malos tiempos tanto para los que son de secano como para los que prefieren el regadío. Ni el Parlamento de Galicia ha recuperado el vino y los pinchos que se servían en el patio de O Hórreo después de los actos solemnes y eso que el actual presidente, Miguel Santalices, podría dar cuenta de las veces que le han sugerido la importancia de conservar las tradiciones. Hace unos días llegó la invitación para acudir a una comida en la que se celebraba el traslado de un tipo –disculpas por la omisión de detalles pero él no tiene la culpa– a un destino mejor tras unos cuantos años de servicio. En la tarjeta aparecía reflejado que se podía retirar la invitación en la recepción de un hotel previo abono de 20 euros.

Tras la sorpresa inicial por el sablazo, una amiga experta en protocolo y en organizar toda clase de eventos, aclaró que ahora es algo habitual. Afirmó que sucede tanto en los homenajes a miembros de las fuerzas de seguridad como en celebraciones y aniversarios de asociaciones empresariales, donde se presupone que está la pasta. "Ahora se estila que pagues entre 20 y 30 euros para costear el cubierto y el detalle que se le da al homenajeado".
Hace poco más de un década, en las redacciones de los medios de comunicación había codazos para asistir a las cuchipandas de postín y a las de menor categoría se enviaba a los becarios como premio por un trabajo no siempre recompensado económicamente. Hoy el colega tendría que cargar con la fiambrera. 

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