Opinión

Una gestión de cinta americana

La auxiliar de enfermería se entera a través de internet de que padece ébola; el marido cuelga un vídeo desde el hospital solicitando que no se sacrifique a su can Excalibur; la enferma en un principio solicita que no se informe de su estado y después acaba concediendo entrevistas desde su cama hasta a Radio Taxi; el consejero de Sanidad de Madrid, Javier Rodríguez, acusa a la enfermera de haber mentido sobre los síntomas y detalla que se depiló en una peluquería tras haber acudido a una consulta, los médicos desvelan las conversaciones con la paciente que pudo infectarse al tocarse la cara con un guante... 

El mundo tiene que estar flipando muchos grados con nuestro protocolo de actuación frente a una crisis sanitaria de este calibre y el capítulo sobre el buen uso de la cinta americana que completa un equipo de emergencia de primera.

Rajoy respalda la actuación de la ministra Ana Mato y asegura que sus colegas de la Unión Europea lo felicitan porque se están haciendo las cosas muy bien, pero España parece una serie de bajo presupuesto sin pizca de gracia. La culpa siempre es de otro. La catástrofe del buque petrolero 'Prestige' se la comió el capitán; la tragedia del Alvia en la curva de Angrois se la tragará el maquinista al levantar la Audiencia de A Coruña la imputación de doce altos cargos de Adif; y en el contagio del ébola la enfermera de origen gallego será doblemente culpable: por ofrecerse voluntaria a atender al misionero García Viejo y por un descuido que no fue visto por los encargados de supervisar la corrección de sus movimientos. El can Excalibur fue sacrificado a pesar de las protestas de las asociaciones animalistas y de que algún experto avisó de su importancia para la investigación científica, pero por estos pagos la rabia siempre la paga el perro y a veces incluso antes de tiempo, ya que nada se dijo de si su dueña le había contagiado el virus.

Cuando a principios de agosto el Gobierno repatrió al misionero Miguel Pajares, el PSOE protestó por la intención de pasarle la cuenta del viaje a la orden San Juan de Dios y pareció que los papeles estaban cambiados. Los despropósitos continúan y no hay duda de que la historia sucede en una tierra acostumbrada a remiendos con cinta americana.

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