Opinión

El palio y la mano caliente

No suele fallar. Cuando un político se queda a solas por primera vez en el despacho al que acaba de llegar acostumbra a creer que la plaza ya es en propiedad. Un mandato por delante semeja una eternidad y hay que hacerlo rematadamente mal para palmar la silla en la siguientes elecciones. Pero cuatro años pasan pitando como ayer supieron muchos. El personal le está cogiendo gusto a cambiar el voto según le hagan más o menos la puñeta con la gestión. Le retiró el enorme apoyo que le había prestado a Zapatero para confiárselo a Rajoy y tras esta legislatura de recortes ha decidido dibujar un colorido panorama municipal en el que en las principales ciudades prevalecen mareas o proyectos en común.

Ese político que caminaba repartiendo doctrina como un corifeo, de la noche a la mañana se da cuenta de que nadie lo sigue, pelotea o le paga la ronda. El teléfono deja de sonar y ya no te quieren ni los tuyos para propinar un mitin. Para que no adelgace el ego por la ausencia mediática hay que protagonizar algún teatrillo, como últimamente se ha aficionado Felipe González.

Y chico, pues no se debe estar tan mal en la alcaldía, como se puede inferir de actitudes como la del socialista López Orozco, que se resiste a entregar la cuchara para facilitar que el PSOE continúe mandando en Lugo. Los próximos regidores de A Coruña y de Santiago, Xulio Ferreiro y Martiño Noriega, han declinado participar en el anacrónico acto de la ofrenda del Santísimo Sacramento de este domingo en Lugo que convoca en procesión a los alcaldes de las siete ciudades del Antigo Reino desde 1669. Argumentaron con delicadeza la defensa del laicismo y el principio de neutralidad religiosa para escaquearse de una ceremonia que si no llega a ser por la espantada muchos no sabrían que continúa celebrándose. El paseo bajo palio sería inexplicable a un electorado al que se le calienta rápido la mano.

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