Opinión

Aguirre y la ira divina

Quiero imaginar a Francisco Maruenda, político del PP, periodista y tertuliano, componiendo la odisea de la señora al modo de “La aventura equinoccial de Lope de Aguirre”, novela de Ramón J. Sender que dio pie a la películas de Werner Herzog, protagonizada por Klaus Kinski, y de Carlos Saura, protagonizada por Omero Antonutti. Puede tomarse como una parábola, un modelo a imitar o, incluso, transmutando la historia del siglo XVI en pasajes del siglo XXI, en una predicción. El apellido se repite por casualidad pero el viaje hacia El Dorado es voluntad de los dos protagonistas y a Maruenda, o cualquier otro corifeo de la candidata a la alcaldía de Madrid, les recomiendo tomarlo como referencia.

Por aquel entonces los asesinatos políticos eran reales, hoy solo se amontonan cadáveres sin manchas de sangre en las hemerotecas y en los armarios de los partidos. Sin embargo el genio e ingenio de las luchas se parecen. La condesa consorte de Bornos, doña Esperanza, no es descendiente de aquel Lope, asesino de su propia hija. Se le asemeja en el gesto de condenar selectivamente, sin piedad y con hipocresía, a los hijos políticos cuando se han removido en la barca. Su viaje por la vida pública está plagado de aventuras con tantas sombras como luces, donde se incluyen el soborno y la traición –“tamallazo”-, la rebelión contra el poder establecido –Rajoy-, o el incumplimiento de la ley –tránsito urbano-.

Esperanza Aguirre posee una biografía saturada de travesías hacia distintos El Dorado. En ellas ha conseguido mantenerse a flote remando con la demagogia y usando para sus velas el viento de la desfachatez populista. Personalmente le ha salido relativamente bien y los perjuicios causados a la sociedad han sido debidamente eclipsados. Ella representa a la perfección los modos de la “derechona” rancia y reaccionaria, que la derecha inteligente rechaza pero soporta como mal necesario.

A imagen de Lope de Aguirre, ahora navega hacia la alcaldía madrileña en un nuevo intento de gloria. Va, como el conquistador vizcaíno, contra la corriente oficial mostrando la ira divina hacia los poderes democráticos, hacia la propia biografía, hacia el temor de los suyos y hacia la debilidad de los pobres y mendigos. Dado que pensar en la reedición del “tamallazo” parece imposible, Esperanza, cambiando ética por estética, nos ha mostrado estos días su cara más real. Cimentada en la moral del franquismo, creador de la Ley de vagos y maleantes, aspira a limpiar la capital de indigentes antiestéticos. Algún cronista le ha señalado el camino como acertado, esperemos que los madrileños, reencarnando a Felipe II, le otorguen el mismo premio, aunque incruento, alcanzado por aquel Lope de Aguirre tan magistralmente retratado por Ramón J. Sender.

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