Opinión

Lo que interesa

Cada mañana, antes de que amanezcan los dioses, me levanto con la esperanza de ver si por alguna parte comienza a llover ilusión o si el sol irradia certidumbres. Vana pretensión porque tengo el vicio de escuchar, ver y leer las noticias y los resúmenes de cuanto aconteció en las altas esferas durante la jornada que cerré, al plegar la pestaña, persiguiendo algún sueño de tranquilidad. Miro por la ventana y veo bostezar la madrugada en silencio, un automóvil pasa ajeno a los atascos;camina la misma señora, que presurosa va al trabajo, y me pregunto cuál ha de ser su destino, seguramente reponedora o limpiadora en algún supermercado, especulo; diez minutos más tarde es un ciclista quien rasga el paisaje; con las primeras claridades un grupo de vecinos jubilados e insomnes, a quienes conozco, pasan cumpliendo con el rito de vencer al colesterol malo y, cuando unos escolares se reúnen de camino a la parada del bus, sé que van a ser las ocho en el reloj de mi estudio. 

Mi ventana no me da noticias, me cuenta la vida cotidiana de un lugar dónde nunca sucede nada extraordinario, más allá de la epopeya de vivir. Es el aparato de radio, a mi espalda, quien minuto a minuto va descosiendo disputas políticas, especulaciones peregrinas, teorías inconsistentes ycifras de estadísticas inútiles sobre cualquier asunto. Cuando aprendía este oficio del periodismo supe que los números en la radio no suman para la comprensión de la realidad, ahora tanto da…

Sin yo proponérmelo, entre las cuatro paredes de mi habitación se produce una rara simbiosis entre lo real cotidiano y lo extraordinario de las ventanas sonoras. Aunque no tenga intención, mi mente pone en cuarentena al empeño de Trump por no aceptar la derrota. A una entrevista con Obama. Al choque del alcalde de Vitoria -Javier Maroto-, defendiendo los pactos con Bildu en su ayuntamiento, contra el portavoz del PP en el Senado -Javier Maroto- condenando a Pedro Sánchez por presuntamente pactar con los herederos de ETA. Al desprecio de Vox a los presupuestos generales. Al empeño de Pablo Iglesias por ser Gobiernoy oposición al mismo tiempo. Al sonsonete de Ciudadanos, saltando de un veto a otro, imitando al niño que acaba cayendo en todos los charcos.A la disputa de dos farmacéuticas sobre las excelencias de sus vacunas contra el covid-19. A los altibajos de la Bolsa y las criptomonedas… y ahí ya me pierdo definitivamente.

Hoy hace buen día y frente a mi casa una pareja, casi ancianos, labran su pequeña huerta. Calculo que ellos no escuchan las noticias políticas, creen que no son buenas para sus repollos. Les doy la razón porque yo temo que el mundo, mitad confinado, mitad amedrentado, va camino de la melancolía. Y nada mejor que unos tomates propios para escapar de la muerte del medio ambiente y del ruido del poder. Nada mejor que unas patatas propias para escabullirse del autismo de nuestros representantes, incapaces de darnos información de lo que nos interesa. De cómo van a garantizar el bienestar, la sanidad, la educación, la igualdad de género, la vivienda… de quién, cómo y cuándo se pagará la astronómica deuda del país, de hasta dónde la burocracia seguirá poniendo palos en las ruedas del progreso,de cuándo darán ejemplo de convivencia cordial, de capacidad de diálogo, de conocimiento de la vida cotidiana, de cualquier otra cosa diferente a la lucha por el poder… En definitiva, de lo que interesa a la ciudadanía.

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