Primero fue el PSOE.
Cuando tuvo el poder no tuvo incoveniente en regalar subvenciones a sindicatos, comunidades autónómicas, asociaciones feministas y a sus afines, aún envueltos como estábamos en una crisis sin precedentes. Después vino el PP. A terminar la labor: con un escrache tras otro, a golpe de ajustes, austeridad, y decretos, dejando a miles de familias en la calle, humilladas ante sus vecinos, y señaladas con una cruz en la puerta, la de desahuciado: ancianos, niños, enfermos, gente sin recursos que estén sufriendo la violencia policial y empujados hacia el precipicio. Y aquí estamos ahora. Es el momento de meditar. Con lo poco que nos queda del bienestar que con sangre, sudor y lágrimas hemos conquistado, hay que seguir luchando porque el reparto de la riqueza no sea una utopía. Se trata de una mera cuestión de dignidad humana.