Entre las inquietantes informaciones que nos llegan estos días sobre las obras de ampliación del Canal de Panamá nada se dice sobre los trabajadores que están haciendo posible el proyecto, pero no siempre fue así.

Los gallegos del canal de Panamá

En la construcción del primer canal, entre los años 1904-1914, más de cinco mil gallegos participaron de forma activa e imprescindible, según se desprende del magnifico estudio titulado 'Los trabajadores gallegos en la construcción del Canal de Panamá', del que es autor José María Pérez, publicado por la Fundación Barrié de la Maza hace cinco años.
Lo que está sucediendo estos días en las obras de ampliación del Canal no es nada nuevo, y algo parecido ya ocurrió en la construcción del primer proyecto. Iniciada la obra por una empresa francesa a finales del XIX, pronto desiste de llevarla a término ante las enormes dificultades que presentaba. La dureza del clima, extremadamente caluroso y húmedo; la presencia de la fiebre amarilla, que diezmaba la población, y la ineficacia de los obreros antillanos contratados ?más de tres mil-, hace que los franceses abandonen el proyecto vendan los derechos de obra a Estados Unidos en 1904. El presidente estadounidense, Theodore Roosevelt, se interesa personalmente en que la obra llegue a su fin, poniendo al frente de la misma al ingeniero F. Stevens, norteamericano de origen toledano, descrito como un hombre de personalidad atractiva y entusiasta. Stevens era un gran admirador de los obreros gallegos, a los que conoció y con los que trabajó en las obras del ferrocarril en Cuba y a los que consideraba 'fuertes, adaptables y trabajadores', por lo que pone como condición para aceptar el empleo que le dejen traerlos a Panamá.

Pero su plan tenía dos problemas serios que echaban para atrás a los gallegos: el desprestigio dejado por los franceses con unas condiciones de trabajo durísimas, y el antiamericanismo existente en España, motivado por la reciente guerra de independencia de Cuba en la que Estados Unidos tomó partido por los rebeldes. Nada de eso le impidió llevar a cabo su proyecto. Para empezar, comienza por fumigar a lo bestia toda la zona del Canal; construye naves para alojar a los obreros; ofrece un sueldo de 2 dólares al día, nada despreciable para la época, y contrata a los primeros 300 gallegos que encuentra en Cuba. El siguiente paso es montar una oficina en París, poniendo al frente al francés LeRoy Park, para que no se notara la presencia americana, y envía a 120 agentes a recorrer Galicia, provistos de fotos de las nuevas instalaciones montadas por él y de un folleto propagandístico. Al mismo tiempo, hace que los gallegos que había llevado de Cuba escriban cartas a la familia contando las buenas condiciones de trabajo y de vida. Los contratados no podían ser menores de 25 años ni mayores de 45. La oferta de trabajo incluía el pago de la mitad del billete en barco desde Vigo, alojamiento, atención médica y la posibilidad de llevar a la familia para evitar que sintieran la necesidad de volver a la aldea. La eficacia del método desarrollado por Stevens lo demuestra el hecho de que en 1906 ya eran 5.353 los gallegos que trabajaban en la obra.

El autor de este magnífico trabajo nos cuenta que los gallegos, además de trabajar todo lo que Stevens espera de ellos, con frecuencia se organizan para hacer protestas y peticiones, destacando sobre todo la exigencia de un pan mejor que el que se les servía en las comidas. En 1907, el ingeniero dimite de su cargo a pesar de que Roosevelt y diez mil firmas de obreros le piden que continúe en el mismo.

También destaca Pérez los brotes de racismo que los gallegos muestran ante los antillanos, con los que con frecuencia se pelean violentamente. Rechazan que les sirvan a la mesa o ejercen de policías con ellos. En 1912, a punto de finalizar las obras, comienza una política de repatriación de los gallegos. Algunos regresan a Galicia, pero muchos se trasladan a trabajar a Cuba, Brasil o Guatemala, a la empresa norteamericana United Fruit Company, que solicitaba entonces mano de obra.

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