Con sólo dos composiciones artísticas, la Festa dos Maios, que ayer se celebró en la Praza de Bispo Cesáreo, quedó prácticamente reducida a un ir y venir entre las enxebres pirámides y los cruceiros. Eso sí, abarrotaron la plaza.
Buen tiempo, céntrico recinto y actividades paralelas se convirtieron ayer en los grandes complementos de la Festa dos Maios, que aglutinó a centenares de personas a lo largo del día en torno a la Praza de Bispo Cesáreo.
Música, baile, comida, artesanía, pero ante todo, cita con la tradición. Los 14 maios que se presentaron este año a concurso fueron el centro de atención de todas las miradas y el objetivo de los flashes fotográficos de los ciudadanos que abarrotaron la plaza, mientras en la acera de enfrente, la Alameda, ubicación tradicional de estas composiciones vegetales hasta el año pasado, el pasillo central quedó relegado a un mero lugar de paseo.
La vorágine de la jornada estaba del otro lado y el verde de los maios parecía diluirse entre los árboles, la fuente, el mobiliario urbano de la plaza, la caseta del xantar, las zonas de juegos populares y el recinto acotado para la exposición historiográfica sobre la festividad. Pero no por ello los visitantes dejaron de contemplarlos (y comentarlos, con pros y contras).
El recorrido por los maios quedó prácticamente reducido a un binomio entre pirámides y cruceiros. Las construcciones enxebres ganaron en cantidad, aunque la calidad recayó en los maios artísticos. Los corrillos y los elogios, que dieron buena fe de ello, se aglutinaron alrededor de las dos construcciones que presentaron a concurso los miembros de la Asociación xuvenil Os Galos: una reproducción totalmente fiel y sin escatimar ni un solo detalle de la escultura de A castañeira y la recreación de una escena típica del rastro.
Con musgo, xestas, carrabouxos y flores como únicos ingredientes, la Festa dos Maios vivió ayer una nueva edición de una festividad que ya está catalogada como de intéres turístico y tiñó de colorido y olor a primavera la Praza de Bispo Cesáreo. Y todo ello con su inseparable compañero de viajes como son los cánticos copleros a pie de maio, reconocidos por su sátira social o su inequívoco tono reivindicativo, donde todo el esfuerzo se pone en lo que se dice y no en cómo se dice, pues el ritmo o la sonoridad no son precisamente su fuerte.
Los maios permanecieron a exposición pública desde las once de la mañana hasta la media tarde. Ahí se acabó la fiesta. Sólo dos de sus artífices se fueron a casa con el reconocimiento oficial a un trabajo bien hecho pero, con premio o sin él, la satisfacción de haber salido a escena y haber atraído la atención del público fue ya una recompensa.
Música, baile, comida, artesanía, pero ante todo, cita con la tradición. Los 14 maios que se presentaron este año a concurso fueron el centro de atención de todas las miradas y el objetivo de los flashes fotográficos de los ciudadanos que abarrotaron la plaza, mientras en la acera de enfrente, la Alameda, ubicación tradicional de estas composiciones vegetales hasta el año pasado, el pasillo central quedó relegado a un mero lugar de paseo.
La vorágine de la jornada estaba del otro lado y el verde de los maios parecía diluirse entre los árboles, la fuente, el mobiliario urbano de la plaza, la caseta del xantar, las zonas de juegos populares y el recinto acotado para la exposición historiográfica sobre la festividad. Pero no por ello los visitantes dejaron de contemplarlos (y comentarlos, con pros y contras).
El recorrido por los maios quedó prácticamente reducido a un binomio entre pirámides y cruceiros. Las construcciones enxebres ganaron en cantidad, aunque la calidad recayó en los maios artísticos. Los corrillos y los elogios, que dieron buena fe de ello, se aglutinaron alrededor de las dos construcciones que presentaron a concurso los miembros de la Asociación xuvenil Os Galos: una reproducción totalmente fiel y sin escatimar ni un solo detalle de la escultura de A castañeira y la recreación de una escena típica del rastro.
Con musgo, xestas, carrabouxos y flores como únicos ingredientes, la Festa dos Maios vivió ayer una nueva edición de una festividad que ya está catalogada como de intéres turístico y tiñó de colorido y olor a primavera la Praza de Bispo Cesáreo. Y todo ello con su inseparable compañero de viajes como son los cánticos copleros a pie de maio, reconocidos por su sátira social o su inequívoco tono reivindicativo, donde todo el esfuerzo se pone en lo que se dice y no en cómo se dice, pues el ritmo o la sonoridad no son precisamente su fuerte.
Los maios permanecieron a exposición pública desde las once de la mañana hasta la media tarde. Ahí se acabó la fiesta. Sólo dos de sus artífices se fueron a casa con el reconocimiento oficial a un trabajo bien hecho pero, con premio o sin él, la satisfacción de haber salido a escena y haber atraído la atención del público fue ya una recompensa.