Purín de ortigas

Me gustan todas las estaciones del año. Cada una de ellas marca una rutina en nuestros biorritmos y si en algo podemos observarlo y sentirlo es en la forma en que nos alimentamos (y cocinamos). En la estación en la que estamos, la primavera, puedo decir que es la que más me gusta porque es la que me hace sentir más vivo. Mi curiosidad hacia la flora está en su máximo esplendor con toda la explosión de flores, yemas y brotes tiernos que dicen mucho del lento y tímido despertar del mundo de la flora (y fauna) después de un invierno al que le quedan un par de coletazos flojos. Ahora, pasear por el campo con mi hijo en edad de absorber conocimientos, hace que me vuelva un padre ilusionado por descubrirle un mundo que, seguro, le maravillará. 

La primavera pasada, Noah, a la corta edad de un año y medio, al notar su plena atención en lo que enseñaba, me animé a presentarle su primera planta. Nunca olvidaré que la primera fue la maravillosa y denostada ortiga. ¿Por qué esta en concreto? Pues por facilidad de reconocimiento y por la precaución por su picajoso contacto, fácilmente accesible para un niño de esa altura. El contenido didáctico era conversación de indio nativo y sobraban los artículos. “Color verde, hoja dientes, pelos pican”, con dos o tres paseos para repasar el primer tema, el primogénito ya tenía el archivo en su memoria del reconocimiento visual, oral y el “peligro” que conllevaba tocarla.

Lo que no puedo explicarle, porque aun no necesita más detalles de la ortiga, es que puede tener diferentes usos. Además de medicinales y culinarios, en los que me quiero centrar ahora son los de su uso en el huerto y más concretamente en el purín. 

En agricultura biológica el purín hace referencia a productos que son fermentaciones de ciertas especies vegetales, que tienen utilidad en el mantenimiento de la salud de los cultivos vegetales. Estos purines pueden ser según el grado de maduración y la planta utilizada, productos elicitores, insecticidas, fungicidas, fitoestimulantes o activadores del suelo y el compost.

Al buscar un producto ecológico para el cuidado de diferentes males de mi huerta, me dispuse a realizar un purín de ortigas. Es sencillo de realizar, pero se necesita un poco de paciencia y un par de minutos al día durante dos semanas para llegar a una etapa de purín maduro y así mejorar sustancialmente nuestra tierra de cultivo. 

Lo primero es recoger (con protección y tijeras) ortigas, en una proporción de 1 kilo por cada 10 litros de agua. No debemos cosechar plantas en flor y tampoco sus raíces. 

Introducimos las ortigas en un recipiente que podamos tapar, añadiéndole agua de lluvia o agua del grifo que hemos dejado al aire un par de días (para la eliminación del cloro), y mezclamos enérgicamente con un utensilio de madera (importante) durante 5 minutos. Tapamos ligeramente y al día siguiente lo removemos de nuevo, otros 2-4 minutos, así hasta que ya no se genere espuma derivada de la fermentación. Cuando ya no hay burbujeo es una señal inequívoca de que ha llegado el momento para filtrarlo y envasarlo. Puede durar de 6 a 10 meses en recipientes no metálicos.

Lo que va a pasar, es que día tras día, las bacterias aerobias se instalarán en la mezcla y devorarán toda la materia orgánica, convirtiéndola en un sinfín de sustancias muy beneficiosas para su uso en la huerta.

Podemos utilizarlo como fito-fortificante, estimulando las defensas naturales de los cultivos, es repelente de insectos y, por si fuera poco, preventivo de hongos. 

Para repeler insectos debemos utilizar el líquido resultante en una proporción del 5% (500 ml de extracto de ortiga por cada 10 litros de agua sin clorar). En una proporción del 2%, es más efectivo para un tratamiento de hongos. 

Además de sus usos protectores, el hecho de fumigar las hojas de los cultivos hace que la planta obtenga un fertilizante a nivel foliar. 

Poned en marcha vuestro pequeño laboratorio con este purín de ortigas, que hará que vuestros pequeñas despensas de la tierra luzcan sanas, verdes y productivas.

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