La que se nos echa encima

Casi con toda seguridad, el 100% de la población mundial se va a morir en fecha relativamente próxima. Es el lío personal de la existencia. Cuando la muerte es colectiva, brutal e inesperada, la llamamos catástrofe. En las últimas décadas del siglo XX, había una división del trabajo según la cual las catástrofes solo sucedían en los países pobres.
En el rudimentario siglo XX hubo tímidos avances del cambio de tendencias. El siglo nuevo -aquel 11 de septiembre- inauguró el servicio universal de catástrofes terroristas. Eran desgracias desordenadas, como las guerras, que en la segunda mitad del siglo XX sólo se producían en sitios sin infraestructuras democráticas. Al 11 de septiembre lo emuló el 11 de marzo, aunque esto a lo mejor fue cosa de ETA. Pronto siguieron otras variedades catastróficas. Los gases descolocaron definitivamente la atmósfera, y, cuando no lo preveía nadie en absoluto, a excepción de Rajoy, advino la catástrofe financiera.

El calentamiento exagerado altera la vida a ciudadanos industrializados y también da pie a fervorosos movimientos de onegés, a miles de servicios de vehículos contaminantes que trasladan a Al Gore y a expertos armados de recetas, a la redacción de panfletos o a evangelios.

Esta semana, cuando quedan exactamente 86 meses para que el cambio climático sea irreversible, se anuncia que el plan Obama de ‘dinero por cacharros’ está disparando las ventas de automóviles. Lo interesante del plan es que combina la promoción de la industria, parchea la dañada rutina financiera y mejora muchísimo el medio ambiente, lo que es positivo para la salud. Planta cara, pues, a tres tipos de catástrofes.

Pero no a las pandemias. Según la Organización Mundial de la Salud (en 2005), la fiebre del pollo tenía que haber matado a 150 millones de personas, aunque solo han muerto 257: Tal vez el pollo se acoquinó, tal vez funcionaron las alarmas y la rodada estrategia de las cuarentenas chinas, lecciones magníficas de dictaduras milenarias. La nueva gripe, que ha tenido la amabilidad de iniciar sus estragos en el hemisferio sur para darnos más tiempo a nosotros, es la última tendencia del terror. O de la conspiración, dicen otros. O de las técnicas de comunicación de periodistas en crisis. En todo caso, la catástrofe ya reina en todos los catálogos y hasta los paranoicos corren peligro de pillarla.

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