Opinión

Uno ya no está para caminatas

Esto de escribir para La Región es como hacerlo para Ourense o, acaso, como ponerse a dar un par de vueltas por la calle del Paseo; ya saben, esas dos que van desde el jardín del Padre Feijoo hasta el parque de San Lázaro, continuándose una en otra, confundiéndose y que antaño disfrutaban en sus cabeceras, por un lado, con La Ibense y, por el otro, con la Viuda de Lisardo. Allí comprábamos helados de nata y fresa; aquí cambiábamos cromos de futbolistas, o de aviones, según fuesen el tiempo y los aires. Entonces Xaime Quessada todavía no había modelado la quimera que nos lo recuerda ahora subida a su columna.

Les decía que esto de escribir para este periódico es como ponerse a dar vueltas a la calle del Paseo. Empiezas pensando que vas a dar tan sólo un par de ellas y, cuando te das cuenta, llevas recorridos no sabes ya cuántos kilómetros; tan grande es placer de caminar, tanta el ansia de volver a cruzarte con los recuerdos, de atisbar, de siquiera atisbar en la memoria aquellos rostros que, pese al tiempo transcurrido, todavía no se desvanecieron. Pues así. Empiezas a escribir y, cuando te das cuenta, allá van tres folios.

Quizá debamos ser más comedidos, ahora que ya nos estamos haciendo mayores. Al comienzo del paseo las vueltas siempre son más rápidas, las miradas más golosas, las sonrisas más esquivas; después, los pasos se van haciendo más lentos, más serenas las sonrisas y más complacientes las miradas. Me dí cuenta la otra tarde, también después, ya bien entrada la noche, recorriendo nuevamente la calle del Paseo mientras hablábamos despacio, caminábamos despacio y todo era si no más solemne si mucho más sencillo y calmo.

Quizá también deban ser así estas exaltaciones cordiales que me permito con ustedes un par de veces por semana; de paso más corto y con la respiración no tan entrecortada; es decir, de pasito más corto y brevedad acentuada. Uno ya no está para grandes caminatas. Me di cuenta cuando, al cabo de un par de días, volví a circunvalar Ourense camino de la meseta castellana. Al llegar al kilómetro 230, antes de llegar a la fachada posterior del seminario, decidí abandonar la autopista e ir aparcar en el subterráneo del parque de San Lázaro, subir a la calle del Paseo, recorrerla hasta la Viuda de Lisardo y volver a subirme al coche para continuar viaje. Una manía más de las de un viejo.

La visita, la vuelta por la calle del Paseo, fue intensa y breve. Quizá debiera intentar hacer lo mismo con estas evocaciones semanales y ver de convertirlas en breves y ojalá igual de intensas que esos cientos de metros a los que vengo aludiendo sin darles solución alguna de continuidad. Así que sigamos viaje y probemos, a ver qué pasa.

Subí de nuevo a la autopista, sobrevolé Allariz por las alturas de la autopista que lo salva –allí ya no tengo apenas más que muertos y no son muchos los recuerdos aunque sí es grande la memoria- y volvía abandonar la carretera llegado al kilómetro 143, ya en Riós, superado Verín. Había que comer.

Lo hice, una vez más, en Asador´s José. Uno es de costumbres fijas y lealtades que se dirían firmes pues, en algún sentido, es heredero de aquel O Volter excepcional que los ourensanos debieran haber declarado BIC y mantener debidamente conservado. Lo es en otro orden de cosas. Está lleno de jirafas y elefantes, de vacas y chimpancés que te acompañan mientras comes del mismo modo que te acompañaban los poemas de los vates ourensanos y los cuadros de los pintores propios en aquel mÍtico bar que regentaba O Tucho. Es un restaurante excepcional, este Asador’s José que te ofrece desde una “Carta de gafas” para que puedas leer el menú, hasta un servicio de taxi que te devuelva a Verín a prueba de alcoholímetros.

Bien se ve que los tiempos cambian, del Volter había quien podía salir a gatas. Por eso hoy vamos a dejarlo aquí subidos al taxi de la brevedad forzada. El jueves habrá más. Llegado a él veremos de qué irá la cosa.

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