Opinión

LA CASA DE BAÑOS


En nuestra casa de la calle de La Libertad no teníamos bañera, por lo que nuestra madre nos llevaba en los meses de invierno dos veces por semana a bañarnos en la casa de baños “La Moderna”, que estaba a orillas del Barbaña y debajo de la Plaza de Abastos. Otros baños, pero estos en el río, eran en los meses de verano; ya en vacaciones, nos íbamos por las tardes, después de la siesta, al río los días de la semana, en pandilla con los amigos a bañarnos en la “Sila”, o en los “Ponxos”, y los domingos a merendar con toda la familia a orillas del Miño y el baño en el “Coiñal”.


A la casa de baños siempre íbamos a última hora de la tarde. Mis hermanas llevaban ellas su muda limpia; a mi hermano y a mí nos la llevaba nuestra madre. Las blancas y grandes toallas de baño y el jabón lo suministraba la casa de baños. Cogíamos una amplia estancia en la que había dos bañeras, a un lado íbamos los dos chicos y al otro mi madre y las tres chicas. Las bañeras eran preciosas, blancas, de mármol, muy amplias, cabíamos los dos dentro de una. Por los grifos salía un gran chorro de agua caliente, que era una delicia. Como el agua es medicinal, la llevábamos siempre para casa en un botijo. La bebía, ya fría, la abuela Mamá María y nos decía que le era muy buena para los bronquios. Mi hermano y yo, después de ser bien jabonados, fregados y bien bañados por nuestra madre, salíamos antes, coloraditos y sudando, y esperábamos a las mujeres merendando o jugando en la calle.


La vuelta a casa la hacíamos subiendo por la calle de la Burga, pasando delante de las panaderías. Entonces había cuatro hornos de cocer pan, y a aquellas horas ya comenzaban a calentarlos con leña, la que transmitía un rico olor a la calle. Seguíamos por la calle de Cervantes y nos desviábamos por las calles del Peligro y Padilla -pasando por delante de la casa de “Las Churreras”, donde siempre había olor a churros recién hechos-, y ya en nuestra calle. Hacíamos este recorrido por mis hermanas, era más corto subir por “El callejón”, pero les estaba prohibido este paso a las chicas, pues allí estaban las casas de “Las pirujas”. La prohibición era para mis hermanas y también para nosotros, pero los chicos podíamos pasar desapercibidos ya que el movimiento de hombres de todas las edades en “el barrio” era grande. Creo que lo que más abundaba eran los soldados del cuartel de San Francisco, y siempre salían del que llamaban “barrio chino” corriendo, esperaban al último minuto y pasaban por nuestra calle al galope, haciendo ruido con los clavos de las botas contra el empedrado. Decían que tenían que estar en el cuartel antes de las nueve de la noche, que era la hora del toque de “retreta” para pasar lista.

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