Opinión

O Naranxeiro

Así le llamaban los que hablaban en gallego o en castellano; en cambio, nosotros los rapaces, por respeto, decíamos 'el señor Antonio'. Tenía en nuestra calle, en la que se conocía como la “Casa de Rairo”, alquilado un bajo, el grande -pues en el pequeño guardaba la mula el señor Adolfo- que dedicaba a almacén de naranjas, de las que decían se las enviaban directamente de Valencia y por tren. Llegaban en un vagón completo, a granel y entre paja. La descarga se la hacían “los mozos” en la estación de Renfe, y al bajo de nuestra calle llegaban en un camión muy antiguo que tenía las ruedas macizas; le llamaban “el ruso”, y era de un vecino del barrio del Puente. Las naranjas que recuerdo eran aquellas “navel”, grandísimas y que la mayoría tenían como una segunda naranja pequeña, una protuberancia que nosotros decíamos que tenían “un teto”. Unas naranjas que hoy ya no vienen a nuestros mercados, muy jugosas y de sabor muy dulce. Cuando llegaba el camión eran unos momentos de alegría para nosotros, dejábamos los juegos y a contemplar la descarga, la que los mozos hacían en unos cestos grandes de esparto, que llamaban esteras. Las pasaban al almacén, en donde las mujeres las iban clasificando colocándolas en montones entre la paja, y las que venían defectuosas por el viaje, las “picadas”, las separaban y eran las que nos daban a los rapaces. Cuando las naranjas se les pudrían, y también la paja, las enterraban en la huerta detrás del almacén.


El año en que el río Barbaña se desbordara, sería en 1945, al día siguiente por la mañana, como muchos vecinos, fuimos a ver el espectáculo de la riada. Primero hacia el Polvorín. Allí, pegada al puente, tenía la casa vivienda el señor Antonio “o Naranxeiro”. Cuando llegamos aún estaban subidos al tejado él y su familia, no se atrevían a bajarse por temor a que volviera a desbordarse el río. A gritos contaban que pasaran mucho miedo aquella tarde y sobre todo a la noche; con la gran crecida del río y el ruido del agua contra el puente y las casas, creyeron que la riada les tiraría su casa. Los vecinos mayores les decían que escucharan por la radio, que ya pasara el peligro, y entonces se bajaron.


Como nombro este acontecimiento, diré que después nos fuimos a ver el lugar del Puente Pelamios, que se lo llevó la crecida, y las marcas de la altura que dejara el agua en la casa de baños “La Moderna”, de la que otro día hablaré

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