Opinión

LOS 300 Y LA LÍNEA ROJA

Estamos en una situación económica desesperada. Eso es lo que dicen todos, pero pocos aciertan a la hora de encontrar soluciones. El lunes 11 de junio fue otra jornada negra, de esas que vuelven a poner en cuestión la solvencia de nuestro país, arrastrado por Grecia y también por Italia, pero sobre todo, lo que está claro, es que esta es una crisis mal gestionada por las instituciones europeas, en la que sólo los gobiernos fuertes son capaces de sobrevivir.


El euro está en aprietos, mientras quienes tenían que tomar decisiones no terminan de ponerse de acuerdo sobre qué hacer para dar una estabilidad a la maltrecha Grecia y que el efecto contagio no termine por hundirnos a los otros dos países más vulnerables. Yo no tengo ni idea de si son esos despiadados mercados llenos de especuladores los que nos están haciendo a todos doblar el espinazo, pero sí se que nuestra prima de riesgo ha superado los 300 puntos que es la línea roja que algunos miembros del Gobierno me dijeron que no podíamos pasar. 'Si no llegamos a ese dato las cosas irán tirando, pero si se superan los 300 podemos echarnos a temblar', me dijo un ministro, explicándome -hace poco más de mes y medio- que no estábamos en una situación catastrófica. Ese día ha llegado y con sólo ver la cara de desolación del presidente del Gobierno podemos hacernos una idea de su calvario, que es el de todos los españoles.


Tiene razón la ascendida vicepresidenta Salgado cuando les dice a sus colegas europeos que 'mal de muchos consuelo de tontos', pero entre tanto tonto alguien sin rostro está manejando los hilos para hacer su agosto. De nada sirve lamentarnos, ni tampoco seguir repitiendo hasta la extenuación que lo de Grecia se veía venir y que ese país no puede devolver los prestamos por mucho que se quiera, ya que los acreedores la tienen acorralada. Aquí lo que nos importa, de verdad, es lo nuestro y lo nuestro es, ni más ni menos, que cuando peor estamos peor, mucho peor, nos tratan los mercados cortando cualquier posibilidad de recuperación. Es como una pescadilla que se muerde la cola, una maldita cinta sin fin que nos está sumiendo en la desesperanza.


El otro día escuché a un experto en este tema tan complicado, que suele respaldar las acciones del Gobierno, echarle la culpa a la presidenta de mi región, María Dolores de Cospedal, de fomentar la desconfianza en nuestro país por denunciar que se ha encontrado, nada más entrar en el toledano Palacio de Fuensalida, con un déficit que triplica lo que declaró José María Barreda y que los números rojos reales alcanzan los 2.000 millones. Eso es tanto como decir que mejor es ver, asumir y callar para que todo siga como estaba. El experto en cuestión venía a decir que es mejor que los trapos sucios se laven en casa, para que los vecinos no se enteren de las miserias.

El asunto por el contrario, es que los ciudadanos tenemos derecho a saber cómo estamos para entender lo que nos va a suceder a corto y medio plazo. A mí, personalmente, me parece bien que -tal como en su día hizo el presidente de la Generalitat, Artur Mas, que se encontró con un panorama similar al de Cospedal- se hagan las auditorías que hagan falta y se levanten las alfombras necesarias, no con ánimo de vendetta política sino de transparencia ciudadana que es distinto. Maquillar la realidad sólo sirve para hacer un autoengaño colectivo de consecuencias impredecibles y a estas alturas, superada la línea roja de los 300, estamos para pocos paños calientes.

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