Opinión

La dignidad de una mujer

Aminatu Haidar es una mujer valiente, heroica en unos tiempos donde la dignidad y los principios no están de moda. La activista, en huelga de hambre desde hace más de veinte días, está dispuesta a morir por su causa, una causa que cuenta en España con la simpatía del pueblo llano y soberano.


El caso de la saharaui se ha convertido en una patata caliente para el Gobierno español, que ha puesto a prueba su capacidad política y diplomática. Nuestra debilidad de respuesta ha tenido un efecto bumerán que ha hecho crecerse y ¡de qué manera! a Marruecos que, una vez mas, se ha destapado como un vecino incómodo y desleal que utiliza la amenaza intolerable como respuesta al buenismo imperante en nuestro país. Mientras nosotros hacemos ‘encajes de bolillo’ para mantener unas relaciones de buena vecindad y enviamos dinero a espuertas para no incomodar al monarca alahauí, ellos se despachan con unas afirmaciones intolerables.


La soledad de España se ha hecho patente después de que la comisaria europea de política de vecindad haya dicho que el caso Haidar es un asunto bilateral de España y Marruecos. Es decir Europa se lava las manos, por lo que Moratinos deberá explorar otros caminos diplomáticos como puede ser el de Estados Unidos y Francia, dos de nuestros aliados que mayor ascendiente tienen sobre Marruecos. El problema es que para ambos somos unos socios casi de segunda, máxime en un tema de estas características que huele a conflicto que apesta.


Sea como fuere y más allá de la torpeza del Gobierno en la resolución del caso Haidar y de la legitimidad de la causa saharaui, lo cierto es que la solución del conflicto le corresponde a Marruecos, aunque sea España y sus instituciones las que se encuentran entre la espada y la pared. Por otro lado la suerte que corra la activista saharaui es responsabilidad suya. Si se niega a recibir alimento y se deja morir, España no será la responsable de su muerte como ha insinuado su familia. Es ella la que, llevada por la defensa de su causa, ha decido este durísimo camino y su decisión es libérrima.


El debate sobre si el Estado tiene que alimentarla forzosamente para impedir su muerte es tan complejo que no existe consenso entre los juristas y menos entre los médicos y los políticos, pero lo que está claro es que hay una responsabilidad moral de impedir que esto ocurra.


Haidar es una mujer menuda, de aspecto frágil pero de una fortaleza que estremece, y aunque muchos dicen que está mal aconsejada por quienes la rodean, yo creo que no es así. El asunto es que la firmeza, la dignidad y los principios no están de moda y, por eso, cuando alguien los enarbola con tal pasión golpea nuestra conciencias.



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