Opinión

Desamor

Muchos creen que el Bien y el Mal pertenecen a categorías nítidamente diferenciadas, cuando la realidad es que vivimos en un mundo ambiguo y con contornos poco definidos. Cuando tomamos una decisión creemos que lo hacemos buscando siempre el Bien, sea el nuestro o el del grupo al que creemos pertenecer; solo cuando actuamos por impulsos emocionales podemos equivocarnos en el fin que perseguimos. Hay factores que influyen decisivamente en nuestra conducta como pueden ser la envidia, los celos, el odio, la venganza, el miedo, la mentira, la ambición, el cariño, la compasión, la piedad, el agradecimiento… y un largo etc. entre los que incluyo el más importante: el amor. Mientras se ame siempre existe la belleza, incluso en la vejez; pero cuando el amor desaparece, el horror ocupa su lugar; no hay peor aberración que vivir con desamor, es preferible la muerte que ser despreciado por aquellos en quien has depositado tus afectos y te responden con la indiferencia o el rechazo. 

¿Buscan el mal esos adolescentes convertidos en bombas humanas? ¡No! buscan satisfacer los deseos de aquellos que les han gravado en su mente la necesidad de su inmolación en la búsqueda del Bien absoluto; es tal vez un acto de amor que se convierte en una aberración contra la vida. Porque en el fondo somos fundamentalmente palabras y como tales estamos mezclados en la eternidad de un inmenso remolino imposible de descifrar; un grito de guerra se mezcla con el llanto de un niño y las palabras de ternura de una madre comparten inmortalidad con los gritos de dolor de una mujer maltratada. Solo la desolación que produce la indiferencia del desamor no tiene espacio en un cosmos infinito, donde el caos de las palabras es lo único que permanecerá después del gran cataclismo galáctico. Esta reflexión solo la pueden comprender los muy ancianos porque su proximidad a la muerte les hace inmunes a la angustia del final, la aceptación del dolor de la enfermedad y de la temporalidad se va gravando en nuestro cuerpo inexorablemente. Un cierto consuelo es saber que al hacerse mayor se va ganando conocimiento, es de las pocas satisfacciones de la vida que va mejorando con el tiempo.

Cuando leo en la prensa o escucho en los noticieros alguna noticia trágica debida a la acción del ser humano soy cada vez más comprensivo, porque estoy convencido de que es nuestra condición depredadora la que nos empuja a destruir aquello que más necesitamos. Envenenamos la comida, el medio ambiente, las aguas; quemamos los bosques, destruimos el litoral; corrompemos los corazones y sembramos el desamor.

Todos llevamos dentro nuestro propio infierno, una posibilidad de perdición que solo es nuestra; pero la suma de todas ellas conduce fatalmente a la destrucción colectiva. La perdición personal es pérfida, se oculta en nuestro interior como una enfermedad secreta y cuando menos se espera brota como un manantial de aguas sulfurosas destruyendo al individuo y a todo lo que le rodea. Es la guerra la máxima expresión de la confluencia de las explosiones personales de cada ser afectado por la violencia y el odio desatado, ¿es por ello culpable cada soldado, cada terrorista, cada combatiente en definitiva cada uno de los seres humanos impregnados del horror? ¡Qué fácil es condenar desde el sofá de nuestro salón!, ¡qué sencillo es emitir sentencias desde la más absoluta ignorancia! No trato de justificar la violencia, ni las atrocidades que se cometen cuando se libera la bestia que llevamos dentro. Intento solamente reflejar nuestra condición animal reforzada por una inteligencia superior y unos intereses deleznables. Quisiera trasmitir la importancia de resaltar el amor como antídoto contra nuestra perdición personal; creo que hemos de desterrar el desamor antes de que este se extienda sobre nuestros espíritus. Termino con una frase atribuida a Francisco López de Gómara que he leído en una obra de Ramiro Feijoo: “Errados andamos y al revés va el mundo, que no tiene ojos, ni siente, ni quiere oír”. Lo dijo en el siglo XVI y trascurridos 400 años seguimos errantes.

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