Opinión

Moralidad vital, ¿es posible?

En la obra póstuma de José Luis Sampedro, “La vida perenne”, se puede leer: “El concepto de moralidad oficial no es el concepto de moralidad vital, el concepto de moralidad oficial, digan lo que digan, es la codificación de los intereses de los poderosos, sean poderosos religiosos, sean poderosos políticos.”

El sistema capitalista carece de ética y adolece de la falta de controles democráticos que garanticen la redistribución de la riqueza, de acuerdo con los principios morales que debieran cimentar la solidaridad social, básica en los estados modernos. La impunidad de los actos presuntamente delictivos que cometen algunos de los miembros que pertenecen a la aristocracia económica, contrasta con la rigidez con la que se aplica la misma norma al pueblo llano. El sistema protege a sus gestores y amenaza a sus delatores; los poderes coercitivos del estado descargan su violencia contra aquellos que cuestionan su legitimidad moral y sus métodos son tan eficaces que nadie se atreve a elaborar alternativas viables que abran horizontes de auténtica justicia social.

Siempre creí que era la educación el único camino para alcanzar la libertad de pensamiento y poder así aspirar a la felicidad. Una educación en valores que desarrolle la ética como eje del comportamiento de cada individuo dentro de la colectividad y que ésta esté dotada de una moral vital que impregne la normativa legal. Una educación que priorice la comprensión por encima de la instrucción; donde se valore el esfuerzo y la voluntad para alcanzar objetivos de integración. Una educación que implique compromisos con el medioambiente, con la tolerancia y con la paz. Una enseñanza que trasmita el respeto a la individualidad y a la singularidad. Donde el saber no suponga una discriminación entre iguales, donde el más ilustrado sea el más humilde y donde el alumno se convierta en discípulo de maestros de la vida. Pero los poderes fácticos del mundo capitalista impulsan otros modelos educativos basados en la competitividad, la excelencia, la segregación y la productividad; convertir seres humanos en generadores de riqueza y consumo. Promover la ambición como camino hacia el éxito y donde el dinero se convierte en premio máximo a alcanzar.

Pero algo empieza a cambiar, una fuerza imparable empuja a las nuevas generaciones a comprometerse con los demás. La sociedad se está polarizando en una dualidad antagónica, los que defienden la actual legitimidad de la moralidad oficial y aquellos que impulsan una alternativa ética basada en la moralidad vital, como defensa contra la enfermedad del cansancio que empieza a destruir la credibilidad del sistema democrático. Se está acabando esa resistencia a la realidad que atenaza los corazones y somete los espíritus, ha llegado el momento de comprometerse activamente con el cambio que revindica la actualización de los viejos paradigmas de la Revolución Francesa.

En los textos del libro sagrado del hinduismo, escrito hace cinco mil años, el Bhagavad Gita, aparece la siguiente afirmación: “No es digno eludir las batallas necesarias; hay que empeñarse en ellas, vayan a ganarse o no”. Todo está escrito; todo lo nuevo ha sido viejo; todo está en el camino, solo hay que recorrerlo.

Te puede interesar