Opinión

La Ruta de la hegemonía China

Como era su costumbre, el Viejo Milenario madrugó y lentamente, después de una estimulante ducha en agua fría, salió de su casa. La oscuridad era total por lo que decidió acompañarse del cayado que su amigo Santos le había regalado. El sencillo báculo era el confidente habitual de sus soliloquios matinales y además de proporcionarle seguridad le servía de equilibrio en sus desplazamientos por el pequeño bosque que rodeaba su vivienda. Los pájaros habían iniciado su rutina en busca de pareja con quien compartir sus instintos amatorios, aunque sus cantos eran interrumpidos por mañaneros conductores que velozmente acudían a cumplir con las obligaciones laborales. Aparentemente la vida continuaba con su habitual monotonía, a medida que transcurrían las horas en el día que se anunciaba nuboso y templado.

El anciano había dormido bien, estaba tranquilo y recordó el libro que había terminado el día anterior: “El gran emperador y sus autómatas” de Jean Lévi. Trataba de la historia novelada del primer emperador ( Ts’in She-huang ti) que había conseguido unificar China en un solo reino. Sus éxitos militares iban parejos con su cruel tiranía, la violencia que había ejercido sobre sus súbditos los había sometido a la condición de esclavos de sus banales caprichos; nadie ni nada estaban libres de ser acusados de traición, por lo que la pena de muerte era habitual después de someter al reo a terribles torturas. Sin embargo, en el siglo III a.C., los avances científicos, sociales, filosóficos, sanitarios y urbanísticos convertían a China en el país más desarrollado del mundo de entonces.

El Viejo recordó el viaje que en el año 2006 hizo a la China moderna. Le habían impresionado las zonas boscosas en el medio de las urbes, que invadían todo de forma ordenada. En sus autopistas con cuatro o cinco carriles se circula cumpliendo ejemplarmente con las normas. En cada jardín de cualquier ciudad, se pueden ver pagodas budistas, ya que lo mítico y lo histórico se mezclan produciendo un efecto imborrable en el espectador. Se puede asegurar que es el país de las contradicciones: economía de mercado gestionada por una estructura política comunista, lujo capitalista con mercados medievales, millones de bicicletas coexisten con coches de gran lujo, comida tradicional o Burger King, desarrollo económico y orfanatos siniestros. El gigante amarillo avanza hacía la hegemonía mundial gracias al padre del milagro económico Deng Xiaoping; aunque ya en el siglo XV (1421) un emperador de la dinastía Ming, Zhu Di, envió una escuadra a recorrer el mundo, tratando de establecer relaciones comerciales en todos los países, cuando en Castilla gobernaba Juan II y España no existía como tal.

Después de la arrolladora victoria de los talibanes en Afganistán, un nuevo escenario se abre en el mundo especialmente en el continente asiático. China hábilmente articula un sistema de manejo sobre los países del área y su colaboración con los integristas afganos le abre el camino para controlar el mercado del opio, reforzar su alianza con los ayatolás iraníes, obligar a Pakistán a no interferir en el conflicto de Pekín con la minoría uigur y sobre todo tener garantizado el control de la vieja Ruta de la Seda, lo que le facilitará su relación con la Unión Europea al mismo tiempo que negocia con el maquiavélico Erdogán, mirando de reojo la frialdad calculada del enigmático Putin.

El sol alumbraba ya con fuerza inusual, el báculo continuaba en silencio escuchando los monólogos de su dueño que enfatizó: “Cuanta más violencia, más poder; la violencia infligida a otros aumenta la capacidad de supervivencia del más agresivo, así ha sido por los siglos de los siglos”. Y con pasos rápidos entró en la vivienda y telefoneó con su móvil chino a su mejor amigo.

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