Opinión

DICKENS, DOS SIGLOS DESPUÉS

Charles Dickens, nacido el 7 de febrero de 1812, es un novelista asociado a la bondad y a la compasión que emergen con fuerza entre fábricas y oficinas siniestras, regentadas por personajes inhumanos que no dudaban en sacrificar a sus semejantes para satisfacer sus ambiciones e intereses.


En su época gozó del favor incondicional del público, dispuesto a indignarse ante la suerte de sus jóvenes protagonistas, los Oliver Twist, Nicholas Nicchleby, Copperfield, dignos de admiración, porque saben plantar cara a la adversidad sin avergonzarse de sus lágrimas. Hoy, al cabo de dos siglos, se nos quiere ofrecer la imagen de un novelista más áspero de carácter, más amargo en sus opiniones y más desencantado de la condición humana. El Dickens que cree en el bien y el mal está siendo arrastrado por las corrientes de la ambigüedad moral, el pesimismo existencial o el cientifismo determinista, hasta querer arrebatarle la condición de cristiano.


Se aduce como argumento el interés del escritor por el unitarismo, una creencia que en su afán de subrayar la unicidad de Dios, niega la divinidad de Cristo y de-semboca en un deísmo que aleja a Dios de los asuntos terrenos y todo ello compatible con un humanismo cordial que nos invita a portarnos bien con los demás, pero que no tiene que agradecer a nadie la efusión de buenos sentimientos. Es sabido que las injusticias que padeció en su juventud influyeron en las críticas de Dickens a las religiones organizadas, pero no se puede afirmar que ese espíritu crítico llevase por delante ni el valor de la Sagrada Escritura, ni el reconocimiento de Cristo como Dios verdadero, algo que sí afirmaban los unitaristas... Por el contrario, Dickens escribió en 1846 un librito titulado 'La vida de Nuestro Señor', con el propósito de ser leído en familia durante las Navidades, costumbre mantenida durante años. Sólo después de la muerte de su último hijo, sus descendientes autorizaron su publicación en 1934.


Quien tenga acceso al texto descubrirá que el autor no está describiendo un Cristo filantrópico, cuyas buenas relaciones y milagros se agotan en el mero hecho de ayudar a los demás. En este evangelio según Dickens, Cristo da continuas muestras de compasión por los pobres y los niños, pero no se nos brinda la imagen de un Jesús que sólo se dirige a los pobres a pesar de que los pobres son sus preferidos. Según el escritor, esa elección responde a que 'los pobres supieran que el cielo se había creado para ellos, al igual que para los ricos'. Por lo demás califica a Jesús como 'Nuestro Salvador, el que enseñó a la gente a amar a Dios y a esperar ir al cielo después de la muerte' y recuerda la necesidad del perdón.


Tampoco faltan en esta obra las apariciones del Resucitado y la Ascensión que ponen en evidencia a un Dickens cristiano al resguardo de las limitaciones de un simple filantropismo sentimental.


Por otra parte, las historias de sus novelas no sólo tenían el objetivo de la denuncia social, sino que además pretendían demostrar que al final el mal no sale vencedor pese a que las apariencias pudieran demostrar lo contrario en la Inglaterra del liberalismo manchesteriano, incapaces sus seguidores de distinguir las diferencias entre pobres, holgazanes y enfermos.

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