Opinión

Entre horas de campo y luz

Abatidos por la crisis, camuflados de rojo encendido, entre letras que hablan de bailes políticos, cambios de chaqueta, insumisión y rebeldía; abro el periódico buscando aire con el que dejar atrás los agobios de una semana de sombras, y son palabras de tierra, verde y luz las que recuerdan la marcha de Delibes, un 'urbano hombre de campo'. El viernes lo marcaba la muerte del que fuera maestro de letras puras, narrador rural y del rural, que en su Valladolid natal abandonaba terruño, sombrero y botas de monte tras una vida señalada por entorno, naturaleza y campo.

De él quedan ejemplos sobrados de humanismo sin aspavientos. 'Me gustaría estar seguro de que el progreso moral de la sociedad avanza, pero no terminamos de dejar atrás nuestros pecados de siempre. Con todo, no cabe otra que conservar la esperanza'', decía cuando ya la luz de los claros que tanto perseguía se le escapaban.

Del maestro y de su peculiar relación con Galicia quedan más que los días de caza con sus amigos de esta tierra, queda la sencillez de horas de monte, sus apuntes naturales, el gusto por la gastronomía y el albariño 'sin abusar', como tras su muerte relataban sus íntimos pontevedreses.

De su vinculación con la Galicia más natural queda la curiosidad por lo que del monte se brindaba a sus ojos en imaginarias tardes entre sombras de carballos, quedan de ella recortes de sol y nubes en la marcha de uno de los pocos escritores 'de territorio' que sobrevivían al fin de siglo; queda tras su adiós la amargura no exenta de sorna con la que hablaba de su relación con el Ministerio de Información, que en los 60 ensayaba la Ley Fraga y que precipitó su marcha como director de 'El Norte'. 'Antes de la ley -dijo entonces- a los periodistas no nos dejaban preguntar; después podemos preguntar, pero no se nos contesta'.

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