Opinión

Sin tiempo para sonreír

¿Y todavía pretenden que me ría? Estoy cansado, llevo días con fiebre, hace frío, tengo tos y ardor de estómago. El sol, cuando se deja ver, ya no me alivia, los días amanecen oscuros y salir a la calle es más que un reflejo cotidiano un acto heroico; será la edad o el tiempo, pero cada vez me cuesta más dejar atrás el maldito invierno que se ha instalado dentro y se resiste a olvidarse que existo. El río baja crecido, desbordado, hay quien sonríe al verlo desde las márgenes del Miño, maldicen el crudo invierno pero sus miradas desbordan optimismo y fe en el después, al tiempo que asisten a la implacable y desbordante naturaleza de un cauce saturado; yo hace ya mucho que no soy capaz de hacerlo.

Pongo la radio, he dejado ya de intentar ver la televisión, la multioferta de canales basura me satura e indigna aumentando mi frustración; no encuentro consuelo ni en un buen libro, todos me parecen iguales -¿seré yo o es que el nivel de los escritores españoles ha descendido drástica y brutalmente?-. Las voces que me llegan hablan de crisis, paro, catástrofes naturales y revueltas, no hay nada en lo que me dicen que invite al optimismo vital que me dejó tirado hace ya demasiado tiempo; cuando se fue lo hizo además sin avisos, un día desperté y ya no estaba, ni una nota, ni un adiós, ni un 'volveré algún día'. Intento sonreír, pero no tengo tiempo ni para planteármelo.

El maldito invierno sigue aquí impregnando todo de una cruda y absurda sensación de domingo permanente (nunca aguante el último día de la semana, siempre me pareció gris y enlutado). Sigo en casa, me asomo, los efectos del último botellón cobran vida ante mis ojos mientras el reloj me recuerda que ya llego tarde al trabajo, me visto deprisa, me voy. Los ruidos del coche siguen todos en su sitio, la carretera colapsada, continúa lloviendo.

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