Opinión

El debate que nunca existió

Sospecho que nos vamos a una nueva convocatoria electoral y que estaremos votando a principios del verano con el país en suspenso al menos hasta que se produzcan esas nuevas e inevitables elecciones. Y a partir de ahí, tampoco está garantizado que se quiebre este bloqueo político, habida cuenta de que ni las encuestas suponen que se puedan producir cambios sustanciales en el proceder de los españoles, ni los expertos sospechan un vuelco en los deseos de una sociedad que ha decidido repartir sus votos y no congregarlos, aunque es verdad que de aquí al verano pueden pasar muchas cosas.

La doble jornada en el Congreso destinada a escenificar la sesión de investidura del candidato socialista, no ha sido, tal como ya se suponía –no hay sesión de investidura de un candidato que no puede salir salvo que parte del Hemiciclo se vuelca súbitamente loco de remate- sino una representación algo aburrida por cierto, con una primera entrega promovida por el presidente de la Cámara para que pudiera lucirse Pedro Sánchez y en la que se ha lucido más bien poco, y una segunda en la que cada uno de los portavoces ha tirado por su cuenta citándose unos a otros y dejando a Rajoy más en paz de lo que se preveía porque todo parecía indicar que esta segunda comparecencia consistiría en varear al presidente como si fuera un olivo en tiempo de cosecha y la cosa no ha sido tan dramática. De hecho, nos ha dejado algunos pasajes con Rajoy cumpliendo el papel de cachazudo gallego y haciendo uso del proverbial humor de la tierra y muy poco más.

Cuando un presidente de Gobierno tan poco dado a las sorpresas como Mariano Rajoy le confiesa a otro primer ministro como Cameron que el escenario parlamentario español está cerrado y que se va a nuevas elecciones, es que cuenta con razones suficientes para expresarse así sin miedo a dar un patinazo. Rajoy se ha tomado los dos días para disfrutarlos plácidamente, hacer bolitas de papel en el escaño y ejercer de gallego de aldea porque sabe que la campaña electoral ha comenzado ya y que todo lo que los partidos políticos estaban dispuestos a expresar en el Parlamento eran fuegos de artificio aceptando de antemano su destino inexorable. Sánchez ya lo reconoció en su desvaído parlamento y ahora le toca decidir al Rey si le encarga este calvario a otro o se va a las urnas directamente. Va a ser por ahí sospecho. Eso sí, a Sánchez parece que ya no le peligra la cabeza.

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