Opinión

Los estados de opinión

Percibo que la campaña política que se inicia oficialmente coincidiendo con el documento que pone fin a la Legislatura va a contar con la presencia de personajes con cierta autoridad intelectual que van a emitir sus juicios particulares sobre los líderes que a ella concurren y sus programas ofreciendo un abanico de dictámenes a los que uno es muy dueño de tener en cuenta o, por el contrario, no hacerles el menor caso que, en mi opinión, es la postura más juiciosa.

Sinceramente y aunque alguien pueda considerar que estoy tirando piedras contra mi propio tejado de periodista y potencial opinante, estoy hasta la coronilla de tertulias televisivas y de argumentos lanzados indiscriminadamente al éter por personajes que se arrogan a sí mismos la virtud de la autoridad en materias como la honradez, la ética y el buen gobierno. Hace unos días he leído las declaraciones de Javier Marías en las que se presentaba como un defraudado por Pablo Iglesias al que dedicaba unas críticas muy amargas y probablemente excesivamente severas e incluso diría yo gratuitas, porque Iglesias tiene su modo de hacer política y no me parece que necesite que nadie le adoctrine ni le lleve la mano.

Personalmente no acabo de entender qué puede tener Marías que no pueda tener yo mismo, por ejemplo. Ambos nos dedicamos a juntar las letras con mejor o peor fortuna, y ambos hemos ido al mismo colegio en Madrid, si bien hay que reconocer que él es al menos cuatro años más joven que yo y cincuenta mil veces más famoso.

Precisamente es esa condición de famoseo la que debe obligar a los que la ostentan a ser justos, prudentes, discretos y respetuosos, porque su palabra vale y tiene pegada y lo que un apellido con popularidad diga puede tener una cierta trascendencia que no tienen las palabras de los otros. A mí me han llevado los demonios contemplando las sucesivas galas de la Academia de Cine trufadas por el numerito de los actores convirtiendo una entrega de premios en un mitin que han construido sobre dinero público y subvenciones de los que se las dan y les retransmiten la gala, y menos mal que últimamente ha remitido la maldita costumbre y los mismos de siempre ya apenas se ponen pasionarios. Nos espera la próxima, que conducirá –y sospecho que con en tiempos electorales así que me conformaría con que se hablara de cine y nos dejáramos de cejas y barbas. Zapatero a tus zapatos.

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