Opinión

La Santa Compaña

Lo peor de todo es que estos etarras viejos y vencidos por una sociedad en el que ya no son ni dicen nada, más que miedo lo que dan es lástima. Sus rasgos amargos, surcados de arrugas, vejados por sus propias malas costumbres, sombríos y torturados, con el peso de la sangre que han vertido aplastándoles la espalda, denotan un grado máximo de podredumbre moral aliada con un cansancio infinito. Si uno no supiera que estas estantiguas apolilladas con el gesto eternamente serio y la ira tiñéndoles el alma llevan en la conciencia veinte y treinta muertes por barba, uno sentiría piedad. Pero este sujeto encorvado, patético y silencioso a cuyo paso la gente se abre para no rozarse como hacían en los tiempos antiguos al paso del verdugo, es un asesino sin conciencia capaz de matar a su madre. Luego le miras, le ves reaccionar ante un fotógrafo que puede ser su nieto, como el maldito que es: -“te voy a partir la cara, cabrón”- y entiendes el por qué está definitivamente frustrado. Estos figurones vestidos de negro, huraños y siempre en guardia, tocados con la vetusta txapela tiesa del carlista, o guardándose detrás de un discreto pasamontañas que disimula sus facciones de lobo hambriento, acorralado y dado caza, son ya detritus de una escuela añeja que ya no tiene cabida en estos tiempos y que están mejor en la cárcel que fuera de ella en el mundo que ya no les pertenece donde han dejado de ser adorados para ser un estorbo. Vagan a solas con sus males y sus pecados, de la errikotaberna a su habitación solitaria, de la iglesia al chiquiteo, del frontón a su casa. Y ya no son héroes sino muebles arrumbados que pertenecen a otra época. En la que el dedo se les dormía de darle al gatillo, mataban por matar, se cargaban a hombres, mujeres, niños, ancianos, civiles, militares, vascos y no vascos. No había distinción sino una infinita sed de matanza.

Yo los veo ahora, como fantasmas de tiempo pasados, como si viera a las feroces huestes apostólicas, todas con la boina roja puesta y el detente bala al cuello, amparados bajo la bandera de la cruz de San Andrés hace dos siglos pegando tiros contra el progreso, el avance, la igualdad y la justicia social. O sea, que ver al Santi Potros y todos los demás es como ver en acción a la Santa Compaña.

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