Opinión

Zumalacárregui y la tortilla

Según los expertos, las palabras que los guiris identifican más con lo español son “paella”, “tapas” y “tortilla”, tres productos genuinos que no solo nos caracterizan sino que resultan sumamente suculentos si están bien hechos. El verano suele ser una época más laxa y menos rigurosa en materia de gastronomía y lo de la paella adquiere condiciones delirantes. Esos guiris que consideran España como una gran paella –la paella es la olla plana con asas en la que se cocina el guiso y no el guiso en sí como Frankenstein es el creador del monstruo y no el monstruo mismo- se comen lo primero que alguno desaprensivos les colocan delante con tal de que tenga arroz, el arroz sea amarillo y lleve tropezones sean los que sean, lo mismo da gambas petrificadas que los trozos sobrantes de un pollo.

La leyenda dice que la tortilla de patatas la inventó una paisana vasca urgida por dar de comer al estado mayor de Zumalacárregui que aterrizó en su caserío durante la primera guerra carlista. La patata vino de América con Colón pero nadie le hizo caso y se destinó a alimentar a los cerdos hasta que el ejército del pretendiente Carlos comenzó a usarla para alimentar a la tropa porque no costaba un duro y era alimenticia, así que los cerdos vascos dejaron de comer patatas para que se las comieran los soldados apostólicos de la boina roja. Cuando Zumalacárregui llegó a aquel caserío, llevaba patatas en sus carromatos y la buena mujer puso el aceite y los huevos de granja que era lo que tenía. Tuvo la luminosa idea de freírlas y cuajarlas en una sartén enorme de esas que se lavaban con arena de río en los pueblos y dio entonces a la humanidad uno de sus más preclaros inventos. Y también uno de los más prostituidos.

Y además de las tortillas de pesadilla que se comen por ahí, las nuevas promociones de cocineros sospecharon que la vieja borona euskalduna estaba ya obsoleta y les dio por estudiarla y deconstruirla. Decostruían todo lo que les caía en suerte: callos, cocido, fabada, o salmorejo y de hecho yo seguí la moda y traté de deconstruir esa tortilla de patatas que nos sirve y nos hace más felices desde 1835. El resultado fue tan desastroso que prometí que si alguna vez caía en la tentación de deconstruir algo, empezaría por deconstruirme a mí mismo.

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