Opinión

Camino de perdición

A Donald Trump se le debió atragantar la alocución del papa Francisco en el Congreso de los Estados Unidos, al proclamarse como hijo del gran continente americano, en franca alusión a la propuesta del candidato presidencial sobre la inmigración, cuestión candente también en Europa, y que va mucho más allá de los más elementales fundamentos de humanidad.

El asedio de las fronteras de la Unión Europea es el más fiel testigo de que no hay ejército ni alambrada capaces de contener el hambre y la necesidad. Mal endémico que extrapolado se refleja en la divisoria entre Texas y México, con el agravante de que ambas naciones se guían por el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, a la postre papel mojado para manejar mercancías y enriquecer bolsillos a dedo. Y si no que le pregunten a los portorriqueños, regidos por su estatuto de Estado Asociado, pese al trato particular que reciben de la administración norteamericana.

Salvando las distancias entre el flujo de desplazados por la crisis humanitaria que congestiona los límites del Viejo Continente, la cuestión americana es un goteo constante de aspirantes a El Dorado, expoliados igualmente por mafias dedicadas al tráfico humano, que lo mismo los comercian, explotan y prostituyen, que los usan como mulas transportándoles la droga, para enterrarlos luego en fosas comunes tras ejecuciones colectivas cuando se hacen evidentes o dejan de ser rentables.

Los supervivientes alcanzan su meca, pero que nadie se engañe, el número de indocumentados en Estados Unidos apenas ronda los once millones frente a sus casi trescientos veinte de habitantes. Nada más que el tres y medio por ciento de su ciudadanía. Personas que comen, visten, trabajan y malviven en un Edén embarrado, en el que no dejan de producir riqueza pese a su precaria situación. Esta es una realidad que supera a la lección de historia que debería haber estudiado el magnate Trump: la población estadounidense es en su mayoría el fruto de incesantes flujos de expatriados procedentes de todos los lugares del mundo, huyendo de condiciones políticas y económicas análogas a los inmigrantes actuales, o soñadores en busca de una promesa.

Merecería la pena ver al aspirante demócrata a la Casa Blanca explicarle a un sioux o a un apache su propuesta política, sobre todo teniendo en cuenta que los indios son en realidad los únicos americanos auténticos, eximiéndose sólo de ser ilegales los sucesores de africanos traídos a la fuerza al Nuevo Mundo, así como los descendientes del llamado destierro o transporte penal, término que define al conjunto de criminales convictos deportados por el Reino Unido a las colonias penales —léase los actuales USA—, desde comienzos del siglo XVII hasta prácticamente la Independencia.

Llama profundamente la atención que en un país donde la xenofobia está más que mal vista, siendo norma la cortesía y la hospitalidad, que postulados como el de Trump prosperen. Con ejemplos semejantes y el fervor que suscitan en distintos sectores sociales de los territorios de destino, urge preguntarse hacia dónde camina el mundo industrializado.

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