Opinión

Semana Santa

Sevilla o Cádiz en Andalucía en un extremo de la península, o A Coruña y Ferrol en la otra punta, son una clara muestra de la cultura del país.

La cuestión trasciende a la ideología o la creencia. Muy al margen de la confesión religiosa, la celebración de la Semana Santa identifica a los ciudadanos como pertenecientes a una cultura que difiere de otras cuyas celebraciones son igual de consideradas con las nuestras.

Carece de importancia el hecho de ser o no católico y practicante, lo que congrega a las personas a disparar los flashes de las cámaras fotográficas o a grabar vídeos en el teléfono para subirlos después a plataformas como YouTube es el hecho de compartir un acervo común, por definición, el conjunto de valores y bienes culturales acumulados por tradición y herencia.

No hay apóstata alguno al que le moleste la celebración de las comitivas religiosas, ni ningún cristiano de otra confesión que se ofenda porque los católicos saquen sus tronos en procesión a lo largo y ancho de las distintas ciudades y pueblos que conforman la geografía española, ciudadanos que en reciprocidad respetan los preceptos de otros grupos de creyentes como pueda ser el Ramadán.

La realidad es que los conflictos religiosos están en la mano y la boca de los líderes político-religiosos antes que en el pueblo, cuya convivencia pacífica reverencia en igual medida los actos de fe, sean del grupo que sea.

Pero además de folclore y colorido, estas manifestaciones populares repercuten de manera positiva en el peculio de las poblaciones, tanto a la hora de fomentar el turismo como en la satisfacción espiritual que supone para los creyentes participar en los actos litúrgicos.

De ahí el interés en promocionar por parte de las distintas Administraciones estos acontecimientos que, además de propugnar la paz y el bienestar entre todos los hombres y pueblos, repercuten positivamente en el comercio, la industria y la vitalidad de los pueblos.

A Coruña está que se sale, Ferrol descolla con su bienvenida a multitud de visitantes. En estos tiempos de carencia, qué más se puede desear por el bien de todos.

Y eso sin contar con la bendición del Papa Francisco y su arenga, que no puede dejar indiferente a cuantos claman justicia.

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