Opinión

Adiós fiestas

Bueno, la verdad es que me estoy adelantando un poco al adiós de las fechas navideñas. Aún quedan los Reyes Magos pero tal como anda la monarquía de la fe cristiana ya no es fiesta para la fe sino ocasión para compensar la balanza comercial de muchos negocios que han hecho el resumen del año pasado con resultado francamente negativo, por mucho que empuje la opinión de la alta esfera y baja cuna. Pero sí, aún quedan los reyes para hacer pequeña trampa en la contabilidad fiscal, como también quedan para quienes tengan pequeños que llevar a la cabalgata de los sueños mágicos; sin embargo como a la redonda de mí no hay nietos va a ser que para mí se acabó la posible ilusión de cualquier traca de fiesta final.

Reconozco que me aburren las fiestas normalmente y éstas particularmente. Debo estar haciéndome mayor pero la magia de la noche de fin de año la perdí en mi juventud, cuando esa noche significaba un paréntesis a las normas de entonces que no permitían salir a las chicas el resto del año entrada la medianoche y daba rienda a la oportunidad de ver el rostro del enamoramiento a la luz de una farola, o a media luz de una vista nublada por el efecto de los primeros cubatas del alba adulta. Con la universidad se abrió definitivamente la lata de libertad para poder cerrar ya la calle a las horas de madrugada que se pete, y ahí ya sí, adiós a la virginidad emocional que podría mantener la noche fin de año para mí. Donde antes sentía una oportunidad para el descubridor que estaba iniciando su propio viaje existencial, ahora solo veo, mejor dicho intuyo, cuando por la mañana me asomo la ventana y veo pasar a los combatientes de gorrito en la cabeza y pajarita en el cuello que han salido a festejar el simple cambio de digito en el calendario del año, la derrota de la ilusión por vivir en la gloria que se desvanece con la luz del día; demasiadas cabezas levantadas con la copa para el brindis de medianoche regresan cabizbajas y solitarias a la realidad de resaca; y son ya demasiadas mañanas viendo la misma historia, que acaba siendo aburrida.

Me falta referirme a la nochebuena para completar la terna de estas fechas que para sí por supuesto quieren, no me cabe duda, los enseñantes de la educación reglada por eso de las vacaciones que comportan; esta noche, que convoca más a ausentes que presentes, resulta otra ocasión para apreciar como el mercado del regalo vence al espíritu del niño que naciendo hizo nacer la tradición de reunirnos en torno a una mesa gas- tronómica. Si bien el niño dios parece haberse muerto en la memoria y conciencia de muchos, no así el hecho de la reunión de los seres más queridos, los más queridos o que te quieren; ahí me gusta la Fiesta sin fiesta, estar en una mesa repleta de tenedores que desafortunadamente al día siguiente ya sobran, sobre todo hoy en día en que tantos tienen que marcharse fuera.

No me gustan las fiestas pero puedo vivir fácilmente sin pelear contra ellas, dejándolas pasar sin más aunque percatarme de ello me libera del miedo a vivir de otra forma, nueva, que además de no dejarse deslumbrar con ningún encendido de luces coyuntural me permite acostarme a una hora temprana la noche más larga que tantos otros celebran. 

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