Opinión

Asociación 
versus subvención

Pinta apasionante asociarse, cual si una Asociación fuera rica paleta de colores para un cuadro exuberante, o como si el individuo por su cuenta no pudiera crear nada positivo. Así al menos lo cree el Poder o Ente Administrativo Público y Político que decide quién, cómo y cuándo merece su apoyo, dejando fuera de su vista al individuo que hace cosas por su cuenta y no es ‘nadie’ conocido, reconocido o ahijado de cualquier dirigente con mando en plaza. Este pensamiento instalado en nuestro ‘meme’ me recuerda la respuesta de un amigo respecto a que no se constituyera en Asociación con un tema que llevaba entre manos desde hacía varios años; recuerdo su argumento a favor de la Asociación, porque solo constituyéndola podía lograr mostrar su trabajo en museo público; así lo hizo, y así le fue, pues en menos tiempo de lo que pensaría D. Pésimo el amigo abandonó la Asociación decepcionado con algunos compañeros a los que había metido dentro y a los que les faltó menos tiempo todavía por querer ocupar su puesto, y aún menos tiempo para ir de ahí a la subvención cual si fuera ese el cerebro necesario para hacer ‘algo’, tal como si sus propias cabezas no pudieran idear nada por sí solas, o estuvieran huecas, o por ¡protagonismo sí, pero sin que vaya al debe de la cuenta!. 

Asociarse porque el ser humano es sociable por naturaleza. Acaso asociarse en torno a proyecto, idea o pasatiempo porque creamos que el individuo en su propia mismidad está abocado al desastre, a no ser nadie o ser un triste pasar; y es que es verdad que cuesta mucho sacar adelante cualquier proyecto por cuenta propia sin ayudas o padrinazgos. Así resulta fácil comprender tanto pragmatismo en los que se asocian para llevar a cabo lo que pretenden sin tener que arriesgar mayor sudor o lágrimas. Seguro que para éstos, además, la mejor toalla donde empapar esos posibles fluidos naturales resulta ¡cómo no!, la subvención. Y para obtenerla se constituyen en Asociación, no importa si compañeros legales necesarios son simples testaferros, testaceros o testaprimoshermanos, pues lo que importa es el NIF para poner la mano, ‘y se os dará’. 

Claro está que existen excepciones a esta forma de mirar asociativo, y algunas ‘haylas’ cuyo fin no es tan espurio y perverso de mangoneo al ciudadano vulgar. Pero por lo general este mundo asociativo está lleno de subvenciones y favores donde ambas partes, los que dan y toman, Administración y Asociaciones, se abrazan como amantes que ponen los cuernos a Doña Nobleza, Política. Se subvencionan cursos, talleres, exposiciones, libros, discursos, viajes de turismo, premios (algún día hablaremos de los premios caraduras entre representantes subvencionables y que subvencionan), a floristas y cantores, gaitas, meditadores, rapsodas, a mamás que da la teta, a cualquiera que esté constituido en Asociación por el mero hecho de serlo aunque su relevancia se circunscriba a los propios autores. Ahora multiplíquenlas por mil: autonómicas, municipales, estatales, europeas, y podemos pensar en una vida subvencionada, pero por los fondos de otros que palma-repalman el impuesto cual si fuera diezmo. Confiarse a este espíritu de la subvención no es del agrado del optimismo pues al final nunca se valora lo gratis, aparte de que su demanda tienda al infinito, como diría Pizarro. Subvenciones sí, pero las justas y necesarias sociales, que por desgracia hay bastantes, y no las dirigidas a compran voluntades con máscaras asociativas.

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