Opinión

ESTO HAY QUE CAMBIARLO

Esta frase del titular es una de las frases que más he escuchado a lo largo de la vida; si cabe, aún más en los últimos tiempos. La comparto, por lo que en este caso más que escucharla la digo, al encontrarla positiva en su implícita rebeldía, esa que acarrea cierto deseo por cambiar a mejor determinadas cosas; al menos la frase conlleva cierto tipo de resistencia a ser tratado como masa idiota.


Verdaderamente los cambios a que nos referimos son distintos según turno o cumpleaños. No es lo mismo, por ejemplo, el cambio que se anhelaba a los veinte de los años setenta, con la libertad como principal valor en el horizonte vital (incluida la específica libertad sexual maniatada con ciertas cadenas, bien de espiritualidad cargada en la creencia de la castidad como virtud o bien de duro y frío estigma social para la maculada que osaba contravenir ciertas pautas oficiales y de fama), que el pro cambio actual. Aquel 'hay que cambiar esto', que escuchaba entonces en pubs o reuniones caseras en torno a cubalibres nocturnos que marcaban el tempo de la noche con final de estrellas o estrellada, nada tiene que ver con el 'esto hay que cambiarlo' de hoy, mantra de rechazo al orden establecido por las diferencias sociales cada vez más anchas que ninguna franca sonrisa.


Dicho 'hay que cambiar esto', y dicho desde ese deseo de buscar otro tino de gobernarnos donde la justicia y reparto de riqueza sea más hermano que de máquina tragaperras, digamos también que en la mayoría de ocasiones suena a tópico y de débiles, porque realmente cuando ahondas en la coherencia del dicho al hecho, no parece que sea igual todo 'esto', pues de global pasa a individual mucho más rápido que cualquier otro trecho. El 'esto' que generalmente queremos cambiar no es, pues, el hecho colectivo con el que no estamos de acuerdo -en teoría- sino el hecho de nuestra posición individual dentro de él; como si lo que quisiéramos cambiar realmente no es la fiesta sino nuestra posición en ella, en el sistema, aún sin darnos cuenta siquiera o posicionándonos paradójicamente enfrente. Veamos, si no, lo que pasa por ejemplo con los políticos de la oposición cuando llegan al poder, que cambian en un plis-plas sus hábitos adquiriendo los que hasta el día anterior denostaban desde el otro lado; o como cambia un currante cuando su trabajo lo lleva a hacerse patrón e incluso llegar a alcanzar un patio multinacional, pues que su beneficio pasa a ser particular y solo las migajas para los que antes fueron colegas de su idea laboral.


Hoy, sobre todos los cambios que se nos antojan necesarios y que nos impulsan a decir esta frase, ninguno tan claro como el tendente a la moral donde la corrupción es ¡la madre del cordero!; aunque en esto también quepa mucha duda, por no decir escepticismo absoluto, pues el que más o el que menos si pudiera hacerse con una vida cómoda y segura a costa de obtenerla por medio injusto pero no observado por los demás, o sin castigo, abrazaría la razón de aquel que le dice al justo que es imbécil por no hacer lo que harían los demás y aprovecharse de su invisibilidad.


Lo dicho, esto hay que cambiarlo, pero comencemos con lo primero que hay que cambiar, ese idólatra sentimiento a favor de lo cómodo y pragmático y en contra de lo utópico como 'esto hay que cambiarlo'.

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