Opinión

Pena, penita, pena

Peor aún de lo que me hace sentir cualquier antipática Tarrés cuando abre su pico me resulta el observar el triunfito de ciertas iniciativas oficiales de la cultura. 

No porque el político intente comprar nuestra admiración colectiva con la organización de eventos de altura, que también, sino más bien porque el artista célebre de turno o escritor famoso pique el anzuelo de la gloria efímera, que a la postre resulta más verdadera mantequilla de último tango que argamasa para cimentar nada. La culpa es del euro más imbécil, ese euro público que se deja meter mano por cualquiera como es aquel que lo manosea desde el público presupuesto.

Siento lástima que la estrategia del poder sea siempre igual, siempre la misma, aburrida, siempre buscando abrir la boca del populacho súbdito mediante un percebe puntual en lugar de zanahoria diaria, actitud que deriva posiblemente de alguna carencia oculta o falta de capacidad y esfuerzo en cambiar de gusto y rutina lo que no pasa la reválida desde lejanos tiempos, como así lo demuestra la falta de respuesta de un público casi inexistente en los espectáculos culturales cuando no va de gratis total o es generosamente subvencionado.

Me fastidia observar la obsesión por comprar el titular cultural o por fabricar noticias de que aquí pasan cosas importantes, un tipo de complejo Cannes que más bien es Cans. Todavía no se han dado cuenta de que lo que necesitamos es un auténtico movimiento cultural y no gestores que le echan al asunto un cuento ‘de pelotas’ para vivir precisamente de ese cuento; lo importante quizás no sea que ayuden a cualquiera con partidas firmadas por la misma mano que se le echa a un amigo, primo o compañero de milicia en el partido, sino que se evalúe la producción por sí misma; o al menos no se pongan piedras en el camino, licencias obstáculo o permisos de peldaños gigantes para cabezudos. Y es que simplemente para intervenir en la calle creando espectáculo, arte o música, hay que solicitar autorización previa y pasar por caja ¡manda carallo!

Me da pena que artistas que van de ‘alternativos’ en defensa de ‘homeless’ artísticos se conviertan en aliados de políticas, directores generales y demás personajes que no sabrán tocar piano o guitarra alguna pero sí la moral de jóvenes talentos que para estar presentes en ciudades culturales –no recipientes- se les ofrece solo la oportunidad previo pago. ¡Ah, eso sí: si es en los recipientes y previo pago, al final de la actuación de los artistas consagrados bien contratados, y para que haya buen rollito, se les deja experimentar lo que es tocar en tan millonario foro junto a tales celebridades!

Yo no sé por qué la Administración no deja de una puñetera vez de querer ser el gran agente cultural que no puede ser por simple incompatibilidad de caracteres, cuestión tan natural como libertad o dependencia de la autoridad. Contradicción pura. Porque el mecenazgo es otra cosa. Así coincido con la amiga y escritora Silvia Bardelás cuando dice que la palabra Administración a un artista le suena como a cuchillo, o que el arte rompe barreras y la administración las pone, de manera que desde ahí no puede desarrollarse el arte. Por tanto, un artista necesitará del esfuerzo del que paga por escucharlo, como una pareja amor y no ninguna receta, aunque bienvenida la perspicacia del que gobierna para cambiar tanta subvención clientelista por un impuesto del valor añadido verdaderamente reducido; ahí la subvención iguala a todos y será el público colaborador quien determine el verdadero valor público del artista, ¿o no?

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