Opinión

Sinilidad digna

La vida nos conduce irremisiblemente hacia una edad ‘tercera’ o ‘tercera edad’; claro está, si el destino no se tuerce haciéndonos palmar antes. Si aguantamos, pues, hasta esta tercera etapa de la vida, lo normal es que paguemos en el cuerpo un duro peaje de salud deteriorada y facultades físicas y/o mentales mermadas; es el gasto propio natural por consumo del tiempo, undosundos de paso militarizado hacia el frente donde siempre pierde la batalla el mismo contendiente, la vida misma. Es desgaste similar al que sufre cualquier otra máquina, igual al consumo de gasolina en el vehículo en movimiento, de ahí que al menos y debido a la impotencia o malestar que causa ‘ser conscientes de ello’ deberíamos sentir todos cierta compasión innata hacia las personas en esta edad anciana; cuestión de solidaridad, de empatía, o simple cuestión de pensar lo que nos espera, sin contar con ningún componente de creencia religiosa.


He comenzado esta reflexión sobre la vejez diciendo cosas de Perogrullo porque muchas veces de tan obvias no las vemos, como nos pasa con la luz intensa que nos ciega; en este caso, hasta confundimos el respeto por las canas y lo que representan con una sensibilidad social de adorno, o senilidad adornada por el ‘buenismo’ un tanto cínico. Desde luego, hay determinadas poses que de tanto repetirse van poseyendo nuestra forma de mirar las cosas, y algunas formas políticas actuales me dan la impresión de que manipulan ciertas necesidades y prioridades de nuestros mayores, siquiera sin darse cuenta.

Me gustaría saber, por ejemplo, cuántas de las personas que venden políticamente su gran preocupación por ‘los mayores’ al programar su ocio, cultura, viajes y otros entretenimientos (siempre, claro, dentro de un programa social bien publicitado) le dedican algún tiempo suyo personal al acompañamiento de esos ‘otros’ ancianos que no viajan ni tienen ganas de ello porque no poseen casi el mínimo necesario ni para su sustento y que se encuentran solos en sus pisos o casas de toda la vida sin tener una visita a la vista por razones varias.

A esa soledad sentimental propia de tantas personas ancianas que por sobrevivir a familiares y amigos de su generación van quedándose aislados se añade en muchos casos una soledad física terrible que solo puede ser suavizada con la visita generosa de otras personas, pero de esto que hablo no tiene nada que ver con regalos que el sistema, léase Inserso, procura a todos aquellos jóvenes que superan los sesenta años y se pueden pasear por islas afortunadas o pitiusas. Por tanto, me toca un poco las narices, a pesar de que tengo mucha gente amiga y además muy buena gente por encima de cualquier otra consideración, que resulten beneficiarios directos de las medidas de este Inserso anacrónico ‘los mayores’ que en general están mejor, tanto económica como físicamente, mientras quedan tirados otros necesitados por su dependencia porque no hay fondos económicosociales suficientes para atenderlos.

La situación me recuerda al tiempo de mili en Barcelona cuando caía ‘un puente’ y siempre adjudicaban los permisos para poder salir del cuartel esos días a los catalanes porque presuponían que los de fuera, como no podíamos viajar a casa, no podíamos gozar tampoco del fin balsámico que suponía la salida de tanta disciplina; así actuaban los irracionales mandos militares de aquel cuartel de caballería donde no solo había cabestros de cuatro patas sino de dos también.


Pero no solo de viajes vive la política social de la tercera edad. Ahora, además, hay que hacerlos bailar, o que jueguen al bingo, hagan taichi, pintar, a cantar, a, a, a, ay, a tratarlos muchas veces como masa a entretener tal que niños (hablaremos algún día también de ellos, porque si bien aún algunos no sabemos lo que es ser viejos, sin embargo, todos hemos sido niños y sabemos lo que es jugar por nuestra cuenta sin necesidad de tanta programación que apresa) cuando realmente una persona anciana lo que necesita prioritariamente son cuidados y compañía. Por todo ello reivindico aquí una senilidad digna, que no políticoteatrera.

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