Opinión

¿El trabajo dignifica?

Viejo adagio al que viajo para saber cuánto hay de verdad en él, al menos hoy y desde el punto de vista que lo parió o cual virtud que ennoblece a la persona, que la hace crecer. Realmente hay suficientes proverbios en la Biblia referidos a este planteamiento natural como un vuelo de pájaro sobre el concepto ‘dignificante’ que conlleva el trabajo. Claro que el pájaro que no vuela no tiene por qué no hacerlo por mala conciencia o simple pereza; el ave no es consciente que surcar los cielos sin tomar tierra represente ningún tipo de trabajo sino simplemente vuela porque es algo intrínseco a su naturaleza, de la misma manera que el ser humano trabaja porque no le queda más remedio desde aquella maldición divina de tener que ganarse el pan con el sudor de la frente, a no ser que sea uno de tantos cabronazos que viven por la cara gracias al sudor de la frente de otros; por su cara y por su culpa, su culpa y su grandísima culpa. Proverbios al margen, el adagio suena bien, es bonito y atractivo, hasta resulta gratificante cuando trata de responder al hecho de ganarse el sustento mediante un curro ‘digno’, o porque, como dice Voltaire, ‘el trabajo aleja gres grandes males: el aburrimiento, el vicio y la necesitad’, pero…

Pero siempre existe un pero para la pera o repera de cualquier cosa, en este caso el adagio. El pero es que no es aplicable el pensamiento anterior a todos los trabajos. Hay trabajos pérfidos, trabajos que mejor no existiesen porque aunque se vistan de progreso y ciencia sirven más para que críe malvas el personal que para criar mejores seres humanos, trabajos podridos por corruptos dedos como el caso de mil y un puestos creados innecesariamente por lo público para justificar únicamente el salario del amigo o primo, trabajos que producen pobreza a su alrededor como el de prestamistas usureros que trabajan con la necesidad ajena (antes caciques aprovechados de la incultura del vecino, después mafiosos, ahora banqueros extremos, mañana Dios dirá), o trabajos generadores de mercados buitres financieros con alma de papel moneda y cuyo fin es empapelar cajas fuertes tan grandes que cualquier mortal se pierde dentro de ellas. Hay trabajos y trabajos, hasta de sicarios o camellos, trabajos para químicos creadores de drogas sintéticas que hacen perder la chola definitivamente al que solo la tiene algo confundida por caer en su madriguera, trabajos como proxenetas que prostituyen el amor más bello a base de fuerza, violencia, marginación sobre las persona que explotan, trabajos de otra explotación casi peor con niños en minas o fábricas de Asia que todos mantenemos comprando ciertos productos de marca, trabajos variados y distintos pero siempre negativos hasta decir basta, por lo que ¡basta de decir que el trabajo dignifica!, al menos cuando se dice por decir algo y sin caer en tanta cuenta.

Yo creo que para los más y su opinión, lo que parece dignificar realmente es el dinero que el trabajo significa. Cantidad, no calidad. Al igual que el efecto Mateo con la parábola de los talentos ocurre que el que más tiene parece el más digno de la clase y, por el contrario, aquel que no tiene hasta parece deba esconderse por indigno ¡venga ya! Y digo esconderse por indigno (¡cuánta vergüenza, aún por encima de su propio mal, siente algún parado a la fuerza!) no como autoridad tipo Amancio Ortega para protegerse dentro de castillo kafkiano de mucho agrimensor K.

Te puede interesar