Opinión

Agua de luna e hinojo

Se estaba haciendo noche, la de San Juan, y nos fascinó aquel pueblo. Era un gigante de piedras y casas balconadas, recortándose leve en un rutilante cielo. Algunas veces lo feo nos atrae por lo grotesco. Aunque también repulsión por lo estrambótico, extravagante y tétrico. 

Al menos aparecía como un misterio a descifrar. Algo insólito. Todo lo desconocido nos impele a explorar. Y nunca nos deja indiferentes ese querer descubrir y saber más y más. Nos tomamos el conducir como si fuésemos tres ruteros.

Nos suponíamos exploradores sólo por tener un casco, botas y aquellas bonitas chupas de cuero. La juventud aún adolescente y la ilusión de conocer todos los caminos nuevos. ¿Dónde estamos compañeros? No contestaron y se pusieron a temblar porque era ya muy tarde para desandar el sendero. Las sombras eran fantasmas gomosos metiéndonos mucho miedo.

La campana de la iglesia comenzó a sonar acompasando al viento que se levantó al instante y nos empujó a la plazoleta en la que al lado de la fuente nos esperaban seis perros. Se pusieron a ladrar y amenazaban mordernos. Menos mal que una señora vieja, flaca y achacosa, doblada como un árbol seco, se puso a reñirles levantando un palo de escoba y diciéndoles improperios. Se callaron los canes y se hizo, de nuevo el silencio.

Vengan ustedes conmigo que les daré parte de la cena que se cuece en aquel caldero. Gallina pelada, ristra de ajos y algunos garbanzos negros. Fuimos con la señora que tocaba su cabeza con un cachirulo de esos que confeccionan con su pañuelo. Enclenque era la vieja y su nariz respingona, pero empezó a parecernos guapa cuando nos dejó compartir aquel humilde puchero. Nos dejó después dos mantas y echó un jergón al suelo. Nos marchamos a dormir tiritando con aprensión y recelo …

Nos acercó después tres vasos de cristal llenos de agua en el que eran visibles la clara y la yema de un huevo. Pónganlos ustedes en una ventana que dé el aire de los cuatrocientos vientos y mañana descubrirán las velas de los tres veleros. Si son grandes y blancas serán de buen agüero, pero si son enanas márchense lo más pronto que puedan de este pueblo. Que prefiero vivir sola que con semejantes viajeros.

La anciana echó en su jofaina hierba luisa, hinojo, malvas, rosas, saúco y romero. El milagro de la luz de luna no lo verán esta noche, nos dijo, sino mañana por la mañana. Mañanita de San Juan, cuando la zorra madruga. Aquel que mucho vino bebe, con agua se desayuna.

Era la noche de San Juan… noche misteriosa en la que todos los miedos humanos se van quemando en el fuego.

Era la noche de San Juan… la noche que huele a sardinas y cumplirá tus deseos si son puros y honestos, si son honrados y desean todo el bien para aquellos que tu conoces y para los que vienen de lejos.

Desapareció la vieja y apareció Anabela, como dijo llamarse la recién bajada del cielo. Las velas de nuestros barcos, se hicieron grandes, muy grandes y blancas, muy blancas como corresponde a un precioso velero que pilota a aquella chica tan guapa, recién nacida del agua donde se muere lo viejo y aparece lo nuevo.

Súbete a mi barca y te llevaré a recorrer los mares y gozar todos los vientos. Y si eso… nos lavaremos con agua de luna y nunca seremos viejos. 

Así cantaba la chica que nos enamoraba con su olor a hinojo y sus ojitos negros.

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