Opinión

AK-47

Corríais como locas hasta que, de pronto, comenzasteis a moveros lentas como la canícula. Y os mirábamos con nuestros ojos dopados por el pudor y la sangre alborotada.

El mundo desde allí era un camino hacia el infinito. Nos entrenaban para un mundo que después nunca vino. Y aquella fuerza interior que nos nació de repente para comernos el mundo… al fin no sirvió para casi nada. 

Me da pena que se hayan muerto aquellos profetas que profetizaban un mundo de paz, de seres iguales, libres para soñar, para inventar, para amarse honestos como los insectos y las arañas. Me da pena no poder cogerles por el cuello de la camisa y exigirles que nos devolviesen nuestros sueños de futuro que casi se hicieron trizas y nostalgia.

Qué hermosa era la mañana cuando movía tu cabello con su mano de aire y nos traía las últimas chispitas de inocencia aún inmaculada.

Qué bonita te movías apretujando los libros contra tus pechos. Qué guapa la clase en la que aprendíamos la fórmula del agua.

Tener entonces poco más de los quince años era una gozada. Retenerte la mirada con la mía era una pasada.

Te miraba de hito en hito, con el rabillo de mis ojos, y aunque fueseis tres mil me ponía de puntillas y me asomaba. Que linda era cada mañana entrando y saliendo del laboratorio de la entreplanta. Y me dejaste casualmente tu lápiz y un cuaderno de rayas, para que copiase, qué me importaba a mí, lo que decía la profesora sobre el sulfúrico o sobre el ácido y las bases, sobre la temperatura, el calor o el trabajo… o cualquier bobada.

Me importabas tú y cómo movías la cintura mientras el universo de niño se me caía a pedazos. Te gustaba la historia y yo te imaginaba Juana la Loca llorando por tu amor sobre la muralla. 

Y te suspendieron la literatura y te invité a mi casa para explicarte a Alejandro Casona bajo el jacarandá. Y el roce sencillo de tu mano era una mariposa asustada columpiándose sobre aquellas hojas de mis parras. Te expliqué, como supe, aquella obra de teatro y colocaste tu sonrisa sobre la mía como se coloca la luz tiernamente sobre la falda de la montaña.

 Qué guapo fue tenerte cerca y oír tu respiración acelerarse mientras te pintabas la cara con el rubor y la emoción de penetrar en aquel mundo impoluto de aquel año que fue sorprendente, fascinante, prodigioso y repleto de magia. 

Claro que nos queda algo de aquello: el recuerdo de lo que era tan perfecto cuando te bajabas del autobús escolar con aquel aire de chica independiente, amiga de los Beatles y de las baladas. Míranos, de nuevo, que se nos han perdido entre tantas angustias aquellas mañanas de química o de matemáticas. Se dilapidaron, nos parece, para siempre entre miedos, pandemias, AK-47, idealismos, pompas de jabón que están explotando convertidas en napalm. 

 Vuelve amiga del alma. Necesitamos volver a verte dibujar en el aire aquellas palomas de Picasso y aquellas margaritas que eran completamente blancas. Y volveremos a nacer como seres nuevos y veremos, nuevamente, aquellas flores hippies que vimos pintadas en las paredes de nuestra infancia. 

Pero ya no estáis ni tú ni aquella muchachada y nos falta la inocencia y sólo nos queda la melancolía, un cuaderno con olor a naftalina (creo que C10 H8).
Añoranza. 

Te puede interesar