Opinión

El chico de la Yamaha

No siempre es fiesta en este pueblo del que soy maestro. Creí que aquí no llegaría la tristeza, esa ave desplumada y de mal agüero.

Hoy la muerte tiene los pies fríos y se pasea fantasmagórica por el pico del pueblo. “Ha muerto” dicen Los chicos bajando la voz y las mujeres y los críos lo viven con desconcierto. Se pasaba las horas en aquel reclinatorio pequeño. Y allí precisamente se le acercó la muerte, esa vieja esmirriada que le cortó aquel hilo de vida con la punta oxidada de su tijera de podar los huertos. 

No se enfadó el viejito. Sólo se fue con la tranquilidad de quien va a la acequia a recoger un balde de agua para refrescar los pucheros. Cuando uno es así de santo y vive con un pie aquí y otro en el otro lado, es fácil ralbar al cielo. 

Pero las madres, que habían remendado el mejor pantalón y la mejor enagua y habían tricotado el corpiño y planchado aquella lazada que servía de corbata también se sentían desconcertadas. No habría Corpus Christi. Tanto preparar la Primera Comunión…para nada.

Era un mes bastante llorón este junio. Los meses como los recién nacidos pueden ser de distinto temperamento. A cada poco lloraba a lo tonto y entonces se ponían a correr los regatos barrigones, rechonchos de agua y baba blanca.

Ni cura, ni buen tiempo, pensaron los chicos de seis, siete y ocho.

Les hablé de otro tema, para relajarlos un poco, de la camisa de las culebras que se la dejan en cualquier sitio sin plancharla. De los números romanos que todos se vuelven letras mayúsculas y palotes y de números nada de nada. De la fiesta del pueblo y de cómo ya habían llegado los gitanos de Rumanía y habían llenado de cantares y banderines de colores la plaza.

Sin cura no hay fiesta del Corpus decía Lourdes la niña de los ojos grandes y los mofletes gordezuelos, y esa pronunciación con la “z” enlazada.

El ruido algo gamberro de una motocicleta bajaba, ahora, por el sendero de la dehesa.

Entonces, inesperadamente, sonaron las campanas a fiesta y el sol se puso exagerado a pintar de amarillo la torre de la derecha. 

Ese cambio repentino del tiempo, dijeron los mayores, se debe al cambio climático que vuelve loco al universo. Y los más pequeños aceptaban asintiendo y diciendo: “Ah, bueno”.

Las campanas repicaron encantadas y la gente supuso que habrían enviado un preste nuevo, y tendrían el Corpus como Dios manda, con sus camisas planchadas y con los vestidos de tul bien rematados con las cintas, los bordados y las pasamanerías albas.

El curita era bien guapo y alto y con un poquito de barba. Se puso a sonreír al salir de la sacristía y pensaron los niños de la comunión que era igualito, igualito al Cristo de las estampas.

Las niñas y niños de comunión hicieron como es costumbre una fila larga, bien larga y abrieron sus manitas como las abren los pobres para pedir un trozo de pan hecho de harina blanca.

 Y al dar la comunión lo hacía con tal mimo y elegancia, que parecía que se repartía él mismo en redondeles níveos que olían a milenrama.

 A veces nos llueve en los ojos y la tristeza nos aplana. Conviene, entonces, esperar contra toda desesperanza. La solución puede estar en camino y ya se oye rumbar el scooter… del chico de la Yamaha.

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